martes, 29 de marzo de 2011

Absolutismo, interpretaciones

ABSOLUTISMO. Interpretaciones

“La mayor parte de los estados renacentistas evolucionan hacia la monarquía absoluta. Existe ésta, cuando el rey, encarnando el ideal nacional, posee, además, de hecho y derecho, los atributos de la soberanía: poder de hacer las leyes, de administrar justicia, de percibir impuestos, de tener un ejército permanente, de nombrar (y destituir) a los funcionarios, de hacer juzgar los atentado contra el bien público, y en particular, de delegar jurisdicciones de excepción cuando lo considera conveniente.

(...) la idea de la monarquía absoluta se añade –sin destruirlas- a las viejas concepciones de contrato y costumbre, reglamentando las relaciones de los reyes con sus vasallos y súbditos. Estas relaciones templaron o moderaron el absolutismo monárquico.

Los grandes estados del Renacimiento son vivificados y unificados por un vibrante patriotismo, que de un modo extraño se mezcla con el patriotismo local y con el sentimiento de fidelidad al soberano.

(...) El renacimiento del Derecho Romano ya había difundido –en el siglo XIII-, la idea de un príncipe absoluto, que concentra todos los poderes en su persona y cuya voluntad es la ley.

El Derecho Romano debió su éxito al hecho de haber brindado fórmulas cómodas para expresar las tendencias profundas de los contemporáneos.

Las naciones (reinos) son una yuxtaposición de comunidades territoriales, provincias, países, municipalidades, comunidades de lugares y cuerpos; como los cuerpos de funcionarios, las universidades y las corporaciones de oficios. Con todos ellos la monarquía tiene sus contratos, y cada comunidad tiene sus privilegios, sus costumbres, sus reglamentos, su jurisdicción, sus bienes y sus representantes. Cuerpos y comunidades se oponen sin cesar entre sí, por sus intereses particulares. Es preciso que el rey sea bastante fuerte para arbitrar sus conflictos y coordinar sus esfuerzos en vistas al bien común.

La monarquía absoluta, es también resultado de la rivalidad de dos clases: la burguesía y la nobleza. El rey, que necesita a los burgueses por sus finanzas y componer su burocracia, obtiene su obediencia y apoyo. El poder real enriquece a los burgueses con sus empréstitos, hipotecas, arrendamientos de impuestos, monopolios de explotación y de comercio, etc. La nobleza sólo puede defenderse mediante el favor del rey. (Se hace dependiente de los privilegios otorgados por el monarca: cargos hereditarios en la oficialidad del ejército, pensiones y, reforzamiento por el estado de sus derechos señoriales sobre los campesinos.)” (Mousnier – “Los siglos XVI y XVII”. Ed. Destino)

“En el transcurso del siglo XVI, apareció en Occidente el estado absolutista. Las monarquías centralizadas de Francia, Inglaterra y España, representaron una ruptura decisiva con la soberanía piramidal y fragmentaria de las formaciones sociales medievales, con sus sistemas de feudos y estamentos.

Las monarquías absolutas introdujeron ejército y burocracia permanente, un sistema nacional de impuestos, un derecho codificado y los comienzos de un mercado unificado.

Estas características parecen ser eminentemente capitalistas y, coinciden con desaparición de la servidumbre (en occidente), institución nuclear del modo de producción feudal en Europa.

Pero, el fin de la servidumbre no significó, por sí mismo, la desaparición de las relaciones feudales en el campo. Es evidente que la coerción privada extraeconómica, la dependencia personal, y la combinación del productor inmediato con los medios de producción, no desaparecieron necesariamente cuando el excedente rural dejó de ser extraído en forma de trabajo o de entregas en especie para convertirse en rentas en dinero, mientras la propiedad agraria aristocrática cerró el paso a un mercado libre de tierras y a la movilidad real de la mano de obra, las relaciones de producción rurales continuaron siendo feudales.

Durante toda la temprana Edad Moderna, la clase (social) económica y políticamente dominante fue la misma que en la era medieval: la aristocracia feudal. Esta nobleza tuvo una profunda metamorfosis durante los siglos siguientes al fin de la Edad Media, pero, desde el comienzo hasta el final de la historia del absolutismo nunca fue desalojada de su dominio del poder político.

El absolutismo fue esencialmente un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal, destinado a mantener a las masas campesinas en su posición feudal tradicional, el estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y la burguesa ni, mucho menos un instrumento de la naciente burguesía contra la nobleza, fue una nueva caparazón política de una nobleza amenazada.”

(Perry Anderson, “El estado absolutista”. Ed. Siglo XXI.)

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