lunes, 24 de octubre de 2011

Uruguay pastoril y caudillesco


EL URUGUAY PASTORIL Y CAUDILLESCO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

(…)
La guerra con el Brasil culminó con la victoria no decisiva de Ituzaingó en febrero de 1827. Desde meses antes mediaba Gran Bretaña en el conflicto a través de su enviado, Lord Pomsomby. La guerra perturbaba gravemente el comercio inglés con la Argentina debido al bloqueo brasileño del puerto de Buenos Aires. Además, a Gran Bretaña le interesaba fomentar la independencia de un pequeño estado sobre el Río de la Plata que impidiera que las dos orillas fueran argentinas. De tal modo ese río, puerta de entrada al principal sistema hidrográfico navegable de América del Sur, se internacionalizaría y el comercio inglés no podría ser obstaculizado por una Argentina fuerte.

En 1830 una Asamblea electa aprobó la Constitución del nuevo país, llamado oficialmente, "Estado Oriental del Uruguay". El régimen jurídico aseguraba, en apariencia, el orden interno inspirándose en modelos europeos y norteamericanos. El nuevo estado sería republicano y garantizaría los derechos individuales mediante la separación clásica de los tres poderes. El derecho del sufragio se impedía a los analfabetos, peones, sirvientes y vagos, la mayoría de la población. En principio, una minoría acomodada elegiría a diputados y senadores que permanecerían 3 y 6 años, respectivamente, en sus funciones. Estos a su vez, y cada 4 años, designarían al Presidente de la República que no podría ser reelecto, sino una vez transcurrido un período de gobierno. Esta Constitución rigió los destinos del Uruguay hasta 1919.

El país real, sin embargo, se salteó este orden jurídico europeizado. Las guerras civiles dominaron el escenario uruguayo hasta por lo menos 1876. En ellas se gestaron los dos partidos que pasaron a la modernidad y sobrevivieron en el siglo XX: el blanco y el colorado.

Una breve crónica de los principales hechos mostrará las etapas políticas y revelará la "anarquía", expresión que apareció en los escritos de los intelectuales que integraron los efímeros gobiernos, y que afloró en las quejas de las clases poseedoras de riqueza.

El primer presidente constitucional, Fructuoso Rivera (1830-1834) debió soportar tres alzamientos del otro caudillo rural, Juan A. Lavalleja.

Su sucesor, Manuel Oribe (1835-1838), tuvo que combatir dos alzamientos del ex-presidente Rivera. En 1836, en la batalla de Carpintería, los bandos usaron por primera vez las dos divisas tradicionales: el blanco distinguió las tropas del gobierno que se titularon "Defensores de las Leyes", y el celeste primero - el otro color de la bandera uruguaya - y el colorado después, fueron usados por los fieles de Rivera. Un segundo alzamiento de este derrocó al gobierno de Manuel Oribe en 1838. Rivera, auxiliado por la escuadra francesa que deseaba acabar con Oribe, el aliado del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, ocupó Montevideo y se hizo elegir presidente por segunda vez en 1839. Ese año se inició la "Guerra Grande" cuando Rivera declaró la guerra a Rosas quien seguía reconociendo a Manuel Oribe como presidente constitucional del Uruguay. Los dos bandos uruguayos se internacionalizaron. Rivera contó con el apoyo de los enemigos unitarios argentinos y las escuadras francesas e inglesa. Las dos naciones europeas temían que Rosas anexara al Uruguay y deseaban además terminar con el monopolio que sobre la navegación del Paraná ejercía el gobernador de Buenos Aires. Oribe se apoyó en Rosas y puso sitio a Montevideo durante 9 años. (1843-1851).

El conflicto se resolvió cuando se retiraron los europeos e intervino el Imperio del Brasil a favor del Montevideo Colorado. Oribe y Rosas fueron derrotados. A pesar de ello se firmó una paz entre los orientales el 8 de octubre de 1851 por la cual se declaraba que no había ni vencidos ni vencedores.

La atmósfera que siguió a este conflicto fue de fusión entre los partidos. La ruina de la ganadería, el comercio y las fortunas privadas por la larga lucha, ambientó esa política. Pero los dos bandos habían encarnado en la memoria colectiva y la lucha civil se reanudo.

El presidente Blanco Juan F. Giró (1852-1853) fue derribado por un motín del ejército colorado. El nuevo caudillo de este partido, el General y caudillo rural Venancio Flores, gobierno como presidente hasta 1855. En 1856 la fusión y el pretendido olvido de los rencores del pasado llevaron al poder a Gabriel A. Pereira (1856-1860). Bajo su mandato, una fracción del Partido Colorado, llamada Partido Conservador, se alzó en armas y sus jefes fueron derrotados y fusilados en Quinteros por las tropas del gobierno. Entre 1860 y 1864 gobernó el presidente Bernardo P. Berro. Este pretendió continuar con la política de fusión pero los partidos renacieron. En 1863, el General Flores invadió el Uruguay con el apoyo del presidente argentino Bartolomé Mitre y la colaboración final del Imperio del Brasil. Bernardo P. Berro buscó apoyo en el Paraguay para restablecer así decía, el equilibrio en el Río de la Plata. Luego de la caída en manos de Flores de la ciudad de Paysandú (enero de 1865), uno de sus generales mandó fusilar a los más destacados jefes blancos. De este modo ambos partidos tradicionales tuvieron sus mártires y una carga de emotividad que les aseguró larga permanencia.

El triunfo de Flores culminó con su dictadura (1865-1868) y la intervención del Uruguay en la guerra de la Triple Alianza junto a Brasil y Argentina contra el Paraguay. En febrero de 1868, Venancio Flores, que había despertado rencores apasionados, fue asesinado. El mismo día fue ultimado el ex-presidente blanco Bernardo P. Berro. Las tradiciones partidarias se nutrieron de nuevos mártires.

Venancio Flores inició la serie de gobiernos colorados que recién concluyó en 1959. Lorenzo Batlle, su sucesor y presidente constitucional entre 1868 y 1872, debió enfrentar un alzamiento blanco comandado por el caudillo rural Timoteo Aparicio.

Esta revolución fue conocida como de "Las Lanzas" debido al arma que allí se uso de preferencia, lo que testimonia la tecnología militar primitiva de la época. Por su duración (1870-1872) y sus efectos destructivos sobre la riqueza ganadera, es el conflicto civil que mejor puede compararse a la "Guerra Grande". Ambos bandos se reconciliaron en la llamada Paz de Abril de 1872 por la cual los blancos lograron por primera vez coparticipar junto a los colorados en el gobierno. Pero la anarquía persistió hasta 1876 en que el coronel colorado Lorenzo Latorre tomó el gobierno.

Fue por efecto de la lucha y los propios acontecimientos relatados, que colorados y blancos fueron dotándose de ciertos contenidos políticos, sociales y hasta regionales. Las personalidades diferentes y los vínculos sociales distintos de Rivera y Oribe, y el principal de los conflictos citados - la "Guerra Grande" - dieron nueva forma a la oposición colonial entre la Capital y el Interior. Los colorados se identificaron con el Montevideo sitiado, los inmigrantes y la apertura a lo europeo; los blancos, asentados en la campaña sitiadora, se identificaron con el medio rural, sus grandes terratenientes y lo americano-criollo.

Pero estas diferencias no alcanzan para explicar la profundidad del desorden interno que conoció en esos años el Uruguay. Las estructuras sociales, económicas y culturales, así como la tecnología de una civilización pre-industrial, deben ser convocadas para la interpretación del hecho político y completar la imagen del país.

Iglesia Católica, ejército y gran propiedad, los tres pilares del orden conservador en América Latina, eran débiles en el Uruguay.

El alto clero no existía en 1830, recién en 1878 el Uruguay tuvo su primer obispado. El bajo clero era escaso, a menudo extranjero, de escasa formación teológica y relativo nivel moral. Sin propiedades importantes, su influencia se reducía a representar la religión mayoritaria de la población.

El ejército era pequeño y carecía del monopolio de la coacción física. El habitante del medio rural, que manejaba el caballo, el lazo y el cuchillo para trabajar en las faenas rurales, se transformaba a la menor insinuación de sus líderes, en rebelde activo y soldado competidor del profesional.

La gran propiedad, que dominaba la estructura agraria, no estaba asentada. Los poseedores del período revolucionario lucharon contra los viejos propietarios - a menudo ellos también con títulos de propiedad imperfectos - de la colonia. El gobierno debió ser el árbitro de estas tensiones que a menudo se trasvasaron a la lucha entre blancos y colorados, mas afines los primeros a los grandes propietarios y los segundos a los grandes y pequeños poseedores. El lugar social, entonces, dependió del Estado más que el Estado de la clase terrateniente.

Los medios de comunicación y transporte eran los de una civilización ganadera. Un hombre bien montado y con caballos de relevo, podía comunicar Montevideo con San Fructuoso, villa a 400 kilómetros de distancia, en dos días, pero el servicio regular de diligencias, recién organizado a partir de 1850, tardaba por lo menos 4 o 5 días si los ríos y arroyos daban paso y no estaban crecidos. Las carretas que transportaban cueros y lanas tardaban un mes. El ganado fluía a los saladeros por sus propios medios y daba vida a la actividad de un personal especializado en su conducción, el tropero. La agricultura, en cambio, dependía de la pesada y costosa carreta por la que se desarrolló únicamente en torno a las ciudades consumidoras. Sólo la región del litoral, sobre el río Uruguay, gozó de mejores comunicaciones ya que Salto se ligó a Montevideo desde 1860 por líneas de vapores que recorrían la distancia en 3 días.

Mantener el control de la campaña desde la excéntrica Montevideo era muy difícil con este sistema de comunicaciones y transportes. Cuando la noticia de la revolución rural llegaba a la Capital, la subversión ya había tomado cuerpo. Los diversos ejércitos gubernamentales incluso tenían dificultades para conocer sus posiciones y combinar esfuerzos contra los rebeldes, como sucedió por ejemplo, con los colorados durante la "Revolución de las Lanzas".
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Fragmanto de documento elaborado por José Pedro Barrán en www.rau.edu.uy
 Subrayados para este texto


1. - De acuerdo al texto anterior comenta la siguiente frase de J. P. Varela: La guerra es el estado normal de la república
2. - Explica los problemas para el ejercicio del poder que tiene el gobierno central.
3. - ¿Qué factores explican la debilidad del poder central en el caso uruguayo según el autor?
4. - ¿Qué relación encuentras entre la situación en torno a la propiedad de la tierra y las dificultades del gobierno central para ejercer el poder? ¿Y con la constitución de 1830?

martes, 11 de octubre de 2011

marx en mac nell burns


Marxismo
Marxismo

Uno de los tipos de socialismo que ejerció mayor influencia fue el llamado "socialismo científico", de Carlos Marx (1818-1883). Hijo de un abogado judío con­vertido al cristianismo por motivos profesionales, Marx nació en Treves, próxima a Coblenza, en la Renania. Su padre deseaba que siguiera la carrera conven­cional de abogado burgués y con ese objetivo lo envió a la Universidad de Bonn. Pero el joven Marx pronto demostró aversión al derecho y dejó sus estudios de abogado para volcarse a la filosofía y la historia. Luego de un año de permanencia en Bonn se trasladó a la Universidad de Berlín, donde fue influenciado por un grupo de discípulos de Hegel que daban a las doctrinas de su maestro un giro ligeramente radical. Si bien es cierto que obtuvo en 1841 el título de doctor en filosofía en la Universidad de Jena, sus críticas opinio­nes le impidieron plasmar su ambición de ser profesor universitario. En conse­cuencia se dedicó al periodismo, editó varios periódicos radicales y colaboró en otros. En 1848 lo detuvieron bajo la acusación de alta traición por haber inter­venido en el movimiento revolucionario de Prusia. Aunque fue sobreseído por un jurado formado por personas de la clase media, popo tiempo después fue expulsado del país. \Entretanto, había entablado íntima amistad con Federico Engels (1820-1895), quien durante toda su vida continuó siendo su discípulo y alter ego. En 1848 ambos publicaron el Manifiesto comunista, el "primer grito del socialismo moderno". Desde ese momento hasta su muerte, en 1883, Marx pasó casi toda su vida en Londres, enfrentándose a la pobreza y redactando de cuando en cuando algunos artículos, parte de los cuales vendió al Tribune de Nueva York por cinco dólares cada uno. Sin embargo la mayor parte de su tiempo la consagró al estudio de manuscritos polvorientos en el Museo Britá­nico, donde pasaba desde la mañana hasta la medianoche buscando materiales para un gran trabajo sobre economía política. En 1867 apareció el primer volu­men de esa obra titulada Das Kapital. Después de su muerte se publicaron otros dos volúmenes compuestos por manuscritos revisados por algunos de sus discípulos.
No todas las doctrinas de Carlos Marx son enteramente originales. Pero aunque debe algunas ideas a Hegel, otras al socialista francés Louis Blanc (1811-1882) y algunas, probablemente, a Ricardo, Marx fue el primero que coordinó esas ideas en un sistema general y les dio todo su significado como explicación de las realidades de la economía política. La teoría marxista ha sido una de las que más han influenciado en los tiempos modernos; por lo tanto es necesario comprender sus doctrinas fundamentales. Las principales son las siguientes:
1)   Interpretación   económica   de   la   historia.   Todos   los   grandes   movimientos políticos, sociales e intelectuales de la historia han sido definidos por el ambiente económico  del que nacieron. Marx no dice que el motivo económico es el único que explica el comportamiento humano, pero sostiene que todos los sucesos histó­ricos fundamentales,  cualquiera que  haya sido  su carácter superficial, fueron re­sultado de cambios en los métodos de producción e intercambio de mercaderías.
De esta  forma, la  revolución  protestante  fue  fundamentalmente un  movimiento económico.   Los  desacuerdos  con  respecto  a la  doctrina  religiosa fueron simples "velos ideológicos" que escondían las causas verdaderas.
2)   Materialismo   dialéctico.   Cada   sistema   económico,  fundado  en  una  norma precisa de producción e intercambio, llega a lograr la eficiencia máxima, y luego nacen en su seno contradicciones o debilidades que motivan su rápida decadencia.
Mientras tanto  se  van  sentando  paulatinamente  las bases de un sistema opuesto que a la larga reemplaza al otro, al mismo tiempo que absorbe sus elementos más valiosos.  Este  proceso  dinámico  de evolución histórica continuará mediante una serie- de victorias de lo nuevo sobre lo viejo hasta que se llegue a la meta perfecta del comunismo. Es indudable que luego continuarán produciéndose cambios, pero sobrevendrán dentro de los límites del comunismo.
3)   Lucha  de  clases.  La historia entera consiste en una lucha de clases. En la antigüedad, una pugna entre amos y esclavos; en la Edad Media un conflicto entre los señores y los siervos; en la actualidad se ha reducido al enfrentamiento entre los capitalistas y el proletariado. Los primeros logran sus ingresos principales mediante la posesión de los medios de producción y la explotación del trabajo ajeno. Los proletarios dependen de un salario para ganarse la vida, deben vender su fuerza de trabajo para poder vivir.
4)   Doctrina  de  la  plusvalía.  El trabajador crea toda la riqueza. El capital no crea nada, aunque es creado por el trabajo. El valor de todas las mercaderías es fijado   por la  cantidad  de  fuerza de trabajo  necesaria para producirlas. Pero el obrero   no   percibe  todo   e!  valor que  crea  su  trabajo,  sino  un  salario  que, en general,  es justamente  el  suficiente  para poder subsistir y reproducir su especie.
La diferencia entre el valor que crea el obrero y el que recibe es la plusvalía, que pasa a poder del  capitalista. Por lo general está formado por tres elementos: el interés,  la  renta  y los beneficios.  Como  el  capitalista  no crea ninguna de estas cosas, se descuenta que es un ladrón que se apropia de los frutos del trabajo del obrero.
5)   Teoría de la  evolución socialista. Cuando los obreros hayan propinado ya el golpe de muerte al capitalismo comenzará la etapa del socialismo. Este tendrá tres características: la dictadura del proletariado, el pago en relación con el trabajo realizado y la posesión y empleo por el estado de todos los medios de producción, distribución e intercambio. El socialismo es el pasaje a una etapa más elevada. Con el tiempo lo sucederá el comunismo, la meta ideal de la evolución histórica. Comunismo implicará sobre todo, una sociedad sin clases. Nadie vivirá de lo que posee, sino solamente de su trabajo. El estado desaparecerá; será confi­nado al museo de antigüedades "juntamente con el hacha de bronce y el torno de hilar". Será sustituido por asociaciones voluntarias que emplearán los medios de producción y satisfarán las necesidades sociales. Pero la esencia del comunismo es la retribución de acuerdo con las necesidades. El sistema de salarios quedará completamente abolido. Cada ciudadano deberá trabajar en relación con sus facul­tades y tendrá derecho a recibir del fondo total de la riqueza producida una cantidad en proporción con sus necesidades. Esta es la culminación de la justicia según la concepción marxista.
En lo psicológico, Marx fue uno de los expositores originales del concepto de "alienación". Concebía al hombre moderno divorciado de las condiciones de su vida natural, un vagabundo en una tierra extraña, sin ningún sentido de su misión o su destino.



LA INFLUENCIA DE MARX
(…) En todos los países industrializados había antes de la Primera Guerra Mundial un Partido Socialista muy poderoso, y en Alemania obtuvo, después de 1912, la representación más numerosa en el Reichstag. La aparición del socialismo ha ejer­cido en casi todas partes una influencia vital, ya que ha fomentado el estableci­miento del seguro social, las reglamentaciones sobre el salario mínimo y los im­puestos a los réditos y las herencias con el propósito de redistribuir la riqueza. Marx, por supuesto, no se preocupaba por esas cosas como fines en sí mismas, pero las clases gobernantes se fueron dando cuenta paulatinamente de que les convenía admitirlas para aplacar a los socialistas. Estos apoyan también la acción cooperativista, la nacionalización de los ferrocarriles y los servicios públicos e innumerables planes para la protección de los obreros y los consumidores contra el poder del capitalismo monopolista.

REVISIONISTAS Y MARXISTAS ORTODOXOS
A fines del siglo XIX los partidarios de Marx se dividieron en dos facciones. En casi todos los países, la mayoría se solidarizó con las doctrinas del grupo llamado de los revisionistas, quienes, como muestra su nombre, consideraban que las teo­rías de Marx debían ser revisadas para ponerlas de acuerdo con las condiciones cambiantes. El otro grupo estaba formado por los marxistas ortodoxos, que sos­tenían que no se debía modificar ni una tilde en las concepciones del maestro. Además de esta división en la actitud general había otras diferencias concretas. Mientras los revisionistas deseaban que se llegara al socialismo mediante métodos pacíficos y graduales, los marxistas ortodoxos apoyaban la revolución. Los revisionistas concentraban su atención en las reformas inmediatas; los marxistas orto­doxos exigían la dictadura del proletariado o nada. Los dirigentes de la facción mayoritaria estaban dispuestos a reconocer los intereses de las distintas naciones, se inclinaban a hablar de los deberes para con la patria y con frecuencia secun­daban los pedidos de sus gobiernos para que se incrementasen los armamentos y se ampliase el período de servicio militar. Los marxistas ortodoxos, en cambio, eran internacionalistas inflexibles, se atenían a la tesis de Marx de que el proleta­riado mundial es una gran hermandad y refutaban el patriotismo y el naciona­lismo como recursos capitalistas para burlar a los obreros. Por lo general, los revisionistas se apropiaron de la dirección de los partidos socialistas en la mayoría de las naciones occidentales. El Partido Socialdemócrata de Alemania, el Partido Socialista Unificado de Francia y el Partido Socialista de los Estados Unidos, estaban regidos casi completamente por la facción moderada. En Inglaterra, la dirección del Partido Laborista estaba en la mayoría de los casos en manos de los socialistas “fabianos”, llamados así por su política dilatoria imitada dé la táctica de Fabio, general romano en la guerra contra Cartago. Sobresalieron entre los fabianos Beatriz y Sidney Webb, el novelista H. G. Wells y el dramaturgo George Bernard Shaw.

Tomado de Edward Mc Nall Burns. CIVILIZACIONES DE OCCIDENTE Ed. Siglo XX 14 ed 1983




La lucha de la clase obrera fue con frecuencia acompañada de derrotas. Y, sin embargo, la sociedad capitalista lleva en sí misma la victoria final del prole­tariado. ¿Por qué? Sencillamente porque el desarrollo del capitalis­mo lleva consigo la transforma­ción de grandes masas populares en proletariado. La victoria del gran capital implica la ruina del artesano, del pequeño -comer­ciante y del campesino. Cada pa­so que da el desenvolvimiento capitalista aumenta el número de proletarios. Cuando la burguesía sofoca movimientos obreros con­solida el orden social capitalista. El desarrollo del orden social ca­pitalista trae la ruina para millo­nes de pequeños propietarios y campesinos, haciéndolos siervos del capital. Con esto crece el nú­mero de proletarios, o sea de los enemigos de la sociedad capita­lista. La clase obrera, no sólo se hace numéricamente más fuerte, sino también más compacta. ¿Por qué razones? Precisamente por­que con el desarrollo del capita­lismo crecen también las fábri­cas. Cada gran fábrica alberga entre sus muros millares y hasta decenas de millares de obreros. Estos obreros trabajan en estre­cho contacto entre sí. Ven fácil­mente cómo los explota el em­presario capitalista, se dan cuen­ta en seguida de que todo obrero es el amigo y compañero de los demás obreros. Unidos en el tra­bajo, aprenden a obrar de común acuerdo. Tienen además la posi­bilidad de entenderse con más rapidez. He aquí por qué con el desarrollo del capitalismo crece, no sólo el número, sino la unión de la clase obrera.”
nikolai bujarin:  

El ABC del comu­nismo. Tomado de Antonio Fernández: Historia del Mundo Contemporáneo. Ed. Vincens Vives Barcelona 1997. p 268





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MARXISMO

De las diferentes doctrinas socialistas surgidas en el siglo XIX, el marxismo es una de las más importantes por la incidencia que tuvo en su tiempo y por su influencia en las transformaciones revolucionarias del siglo XX.
Sus creadores fueron Carlos Marx y Federico Engels.

CARLOS MARX (1818 – 1883), de nacionalidad alemana y perteneciente a una familia burguesa judía convertida al protestantismo, hizo estudios de derecho, historia y filosofía en las universidades de Bonn y Berlín, graduándose en filosofía en la universidad de Jena. Deseaba dedicare a la docencia, pero las circunstancias lo orientaron hacia el periodismo. Sus actividades políticas lo obligaron a marchar de un país a otro hasta que se radicó definitivamente en Inglaterra, viviendo modestamente con su familia y recibiendo la ayuda permanente de Engels.
FEDERICO ENGELS (1820 – 1895), también de nacionalidad alemana, vivió desde 1842 en Inglaterra, teniendo a su cargo una fábrica de tejidos. Vinculado con los grupos socialistas alemanes e ingleses, desarrolló una intensa labor periodística y de organización del movimiento obrero. Después de 1843, mantuvo una íntima amistad con Marx, a quien ayudó económicamente y con quién colaboró en forma permanente reconociéndolo como su maestro.

           EL MATERIALISMO DIALÉCTICO

Hemos usado hasta ahora término de “marxismo” por comodidad, pero el nombre correcto de la filosofía de Marx y Engels es el de materialismo dialéctico.Efectivamente, se trata de una concepción filosófica y, como cualquier otra de su misma naturaleza, le interesa una explicación de los fenómenos del universo y de las relaciones del hombre con ese universo. El materialismo dialéctico es una concepción del mundo.  Para Marx el hombre conoce porque actúa (su teoría del conocimiento); para él sólo a través de la actividad se llega al conocimiento. A esa actividad la denominó “praxis”. De esta posición deriva Marx su postulado de que el materialismo dialéctico no sólo interpreta al mundo, sino que desea transformarlo.
El materialismo sostiene que la materia es anterior a la idea, al espíritu; decir pues, que Marx es materialista, significa que se afilia a la concepción materialista del universo, y que cree que lo material condiciona el pensamiento, las ideas del hombre.

Veamos ahora el significado de la palabra “dialéctica”.
La dialéctica es la evolución, el cambio, el devenir, la transformación de las realidades materiales y espirituales. Para Marx las cosas cambian porque existe dentro de ellas una contradicción, una oposición de contrarios, una lucha.
Entonces el “materialismo dialéctico” de Marx es una concepción filosófica que sostiene que la materia es previa a la idea y la determina, y que todo evoluciona, todo cambia dialécticamente, o sea, a través de la oposición, de la lucha, de la contradicción. Los cambios que se produzcan en la naturaleza, en la realidad social, en el devenir histórico, repercutirán en la ideología.
Sabemos entonces que el materialismo dialéctico es una concepción filosófica. Aplicado a la historia, recibe el nombre de materialismo histórico.
Aplicado a la política, se le conoce con el nombre de socialismo científico o marxismo.
Aplicado a la economía, se llama escuela o doctrina económica marxista.
 Marx llamó a su propia concepción “socialismo científico” por que entendía haber descubierto las leyes científicas que rigen la evolución de la sociedad; por oposición denominó “utópicos” a los primeros pensadores socialistas, porque creyó que no habían hecho un estudio acabado y científico de la realidad social.

EL MATERIALISMO HISTÓRICO

Marx quiso estudiar las causas que producían la miseria de la clase obrera y para ello se internó en el análisis de la sociedad y de la economía que la engendraban. Llegó a la conclusión de que la miseria y la alineación del hombre no se resolvían obteniendo mejoras en las condiciones de trabajo y en el salario, sino transformando la sociedad. Es decir, eliminando las condiciones económico – sociales que producían tales consecuencias, y creando una nueva sociedad y una nueva economía donde “el hombre no fuera explotado por el hombre” (Saint – Simon).
Analizó los fenómenos de la producción y de la distribución e intentó desentrañar las leyes de la evolución de la sociedad capitalista, así como sus contradicciones que según él, la transformarían dialécticamente en otra sociedad: la socialista.
Como Marx era materialista, se deduce que el factor material tuvo para él primordial importancia. Cuando estudia una sociedad, o “estructura social”, como la llama, observa lo siguiente: que toda sociedad tiene una base, una “infraestructura”, que es su economía. Sobre la economía se apoya la sociedad o “estructura social”, y sobre ésta lo que la sociedad piensa y cree: el derecho, la religión, la ciencia, el arte, la filosofía, todo lo cual recibe el nombre de “superestructura”.
La economía es, pues, el elemento determinante de la sociedad. según sea la economía de una sociedad, así será la sociedad y así será su ideología, su superestructura.
Supongamos una sociedad muy primitiva. Su infraestructura, o sea, su economía, es la caza. La sociedad que esta economía engendra es una sociedad simple donde no hay mayores diferencias entre los hombres: una tribu, que tiene un jefe o un consejo de ancianos que la dirige, y donde todos los hombres son iguales y se reparten el producto de la caza. Su superestructura es también rudimentaria: un arte mágico, donde se representan los animales que sirven de sustento a los hombres, una religión zoomórfica que los endiosa, etc.
A fines del siglo XIX fue muy criticada esta posición porque se sostenía que el hombre tenía cabeza, pensaba, y podía modificar la infraestructura. Engels (Marx ya había muerto) contestó desarrollando el concepto de la “acción recíproca”: así como la infraestructura influye en la sociedad y en la superestructura, también hay elementos en la superestructura que pueden provocar una modificación en la economía, o sea, en la infraestructura.
Además, es útil recordar que el materialismo dialéctico se propone no sólo describir, sino transformar el mundo. Como toda doctrina filosófica y política, pertenece a la superestructura. Si la superestructura no pudiera influir en la economía y en la sociedad, el materialismo dialéctico sería inútil, no tendría objeto. Esa es la respuesta que los marxistas dan a aquellas críticas.
DINÁMICA DE LAS SOCIEDADES.
Como la economía es el elemento determinante de la sociedad, Marx concentra su estudio en la infraestructura, donde encuentra tres elementos definidos:
1.     las formas de producción: constituyen la manera o el medio en que una sociedad produce los elementos que necesita para la vida (Ejemplos: la caza, la agricultura, la industria).
2.     las fuerzas de producción: serían tres: la naturaleza; los instrumentos de producción (utensilios herramientas, máquinas); y el hombre.
3.     las relaciones de producción: son las relaciones o las posiciones que los hombres adoptan en el proceso productivo, es decir, las clases sociales.
Las fuerzas de producción son un elemento dinámico que progresa, que se perfecciona incesantemente: desde el arado de madera hasta el moderno tractor, desde la carreta hasta el ferrocarril. Y también se perfecciona el hombre productor: desde el cazador paleolítico hasta el técnico moderno. Ese progreso permanente es lo que hace el dinamismo de las fuerzas de producción, lo que impulsa a la economía hacía nuevas formas de desarrollo y de abundancia. Pero frente a esas fuerzas dinámicas, están las relaciones de producción que son estáticas, fijas, que no responden a los progresos técnicos: son las clases sociales.
Según las épocas, los hombres se alienaron en estas relaciones de producción, o, lo que es lo mismo, en estas clases sociales: amo y esclavo, señor feudal y siervo, patrono y obrero. Estas estructuras sociales, que siempre tienen un sector favorecido, no quieren desaparecer frente al progreso de las fuerzas de producción que en determinado momento exigen otra conformación social. Y entonces se produce el choque, el enfrentamiento, la lucha, entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción: es la época de la revolución social.
Marx sostiene que esa sociedad capitalista (tesis) engendra a su propio enemigo, el proletariado (antítesis); del enfrentamiento entre ambos surgirá la sociedad socialista (síntesis). Marx cree que este desenlace será ineludible porque las propias contradicciones internas de la sociedad capitalista la llevaran a él. Esas contradicciones están representadas en el hecho de que la producción es social (el grupo de obreros que trabaja en una fábrica), mientras la propiedad de los medios de producción (máquinas) y el beneficio que se obtiene de ella es individual (del dueño de la fábrica). Esto implica que el beneficio o ganancia que obtiene el patrón lo realiza a expensas del trabajo de los obreros; cuanto menos pague, más dinero ganará. Lo cual lleva, sostiene Marx, a la crisis periódicas que sufre el capitalismo: de superproducción o infraconsumo. Por sus bajos salarios los obreros no pueden consumir, la producción se acumula sin vender, las fábricas cierran, los proletarios se quedan sin trabajo, toda la sociedad padece. Por lo tanto, “la sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la de la sociedad”. Entonces surge la revolución social.
Pero esta revolución social no es el enfrentamiento de fuerzas impersonales, las fuerzas de producción contra las relaciones de producción, sino que detrás de ellas están los hombres, están las clases sociales. Por lo tanto, la lucha se da entre ellas, es una lucha social, de clase contra clase. Marx y Engels comienzan el “Manifiesto Comunista” afirmando: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Así, es la clase burguesa la que derrotó en la Revolución Francesa a la clase feudal; y así será el proletariado el que derrotará a la burguesía y hará surgir la nueva sociedad. De esta forma la sociedad que la burguesía ha creado deberá dejar paso a otra nueva. De esta manera, a través del choque de clases, es como Marx explica el pasaje de una sociedad a otra, y más específicamente el pasaje de la sociedad capitalista a la sociedad socialista.
Podemos analizar más detenidamente este último episodio, porque en él se encuentra lo esencial del pensamiento marxista. Para ello vamos a darle cierta ordenación arbitraria a las distintas ideas de Marx, para que se haga más comprensible el proceso que él señala.

En primer lugar, el concepto del valor – trabajo. Un objeto vale por el trabajo que haya costado producirlo; su valor es el trabajo contenido. El valor de la materia prima depende del trabajo que le llevó al hombre conseguirla; por ejemplo, es más difícil hallar y extraer oro de una mina que hallar y cortar madera en un bosque, por eso el oro vale más. Lo mismo ocurre con los artículos manufacturados: si un traje leva el doble de trabajo que una camisa, valdrá dos veces más el traje que la camisa. Pero, ¿cómo se mide el trabajo necesario para hacer uno y otra? Por el “tiempo de trabajo necesario”.  La cantidad de “tiempo de trabajo necesario” incorporado a un artículo es lo que le da su valor, y además lo que permite establecer una relación de valor, una medida, entre ese artículo y otros (ejemplo: el traje insumió el doble de “tiempo de trabajo necesario” que la camisa).
En segundo lugar el concepto de plus – valía, quizás la idea económica más importante de Marx. Significa “mayor valor”: es la cantidad de trabajo no pagado al obrero que queda a beneficio del patrono. Por ejemplo: el patrono le paga un salario mínimo al obrero y ese salario lo rescata con el valor de los artículos que el obrero produce en cinco o seis horas de trabajo; pero en esa época, el obrero trabajaba doce o catorce horas diarias, lo que quiere decir que con su trabajo producía valores muy superiores a los que él recibía a través del salario. Esos “valores mayores”, que produce pero no cobra, quedan a beneficio del patrono, son la “plus – valía”.
En otras palabras, la diferencia que hay entre el valor de los objetos que el proletario produjo y el valor del salario que recibió, es la plus – valía.
En tercer lugar, el concepto de la concentración de capitales.
Esquematizando la idea, podemos decir que cuantos más obreros tenga un patrono más plus – valía ganará y más se enriquecerá. Cuánto más rica una empresa, mayor competencia podrá hacer a las más débiles, conduciéndolas a la ruina. Los pequeños comercios y empresas cerrarán, los pequeños propietarios se convertirán en proletarios para vivir, la clase media irá desapareciendo, la sociedad terminará polarizándose entre una minoría de muy ricos, dueños de todas las empresas y fábricas, es decir, de todos los medios de producción, y una inmensa mayoría de muy pobres o proletarios. Se producirá así, piensa Marx, la concentración de capitales en unas pocas decenas de hombres y grandes empresas monopolistas; y por el otro lado, millones de obreros desposeídos y miserables. Entonces, los objetos que salen de las fábricas no pueden ser comprados por casi nadie; se producen las crisis de superproducción o infraconsumo cada vez más graves, cada vez más profundas, hasta que el deteriorado sistema sea destruido por una revolución proletaria.
El cuarto concepto es el de la revolución social o sea la lucha de clases (proletarios contra burgueses). Esa revolución social llevará al proletariado a tomar el Estado y establecer desde esa posición su dictadura.
Este es el quinto concepto: la dictadura del proletariado. Haciéndose dueño del Estado, el proletariado utilizará su fuerza para expropiar a la burguesía y eliminarla como clase aparte. Socializará entonces todos los medios de producción: tierra, fábricas, es decir, de propiedad privada que eran los convertirá en propiedad de toda la sociedad. Y finalmente impondrá todas las condiciones necesarias para el establecimiento de una sociedad socialista; o sea, que ésta de la dictadura del proletariado es una etapa de transición.
El último concepto es el de la sociedad socialista, que tendrá los siguientes caracteres:
·                     no habrá clases sociales; había dos, burguesía y proletariado, pero el último absorbió, integró dentro de sí a la primera al desposeerla de la propiedad privada, que era la que le daba un basamento social distinto. Al ser ahora la propiedad social, común a todos los hombres, no existirán clases.
·                     no habrá Estado. Él desaparecerá lentamente para dejar lugar a la auto – administración de los hombres.
·                     la humanidad se organizará en comunidades de producción y de consumo, donde todos trabajarán y todos consumirán el producto de ese trabajo. En una primera etapa, a cada uno se le daría “de acuerdo con su trabajo”, sería la sociedad socialista. En la segunda etapa, cuando las fuerzas productivas estuvieran desarrolladas al máximo, cada hombre recibiría “de acuerdo a sus necesidades”; sería la sociedad comunista.


1)              SOCIALISMO REVISIONISTA

EDUARDO BERNSTEIN (1850 – 1932) fue un pensador alemán que escribió a fines del siglo XIX. Era marxista, pero sometió esa teoría a una revisión a la luz de las nuevas realidades históricas surgidas en la segunda mitad del siglo.
Al escribir en el último decenio del siglo, Bernstein estaba considerando la situación europea de la segunda Revolución Industrial, la que difería sensiblemente en muchos aspectos  de la analizada por Marx. De allí sus discrepancias con éste y la formulación de su propia teoría político – económica.

 
Las diferencias se encontraban en muchos hechos distintos. En la segunda Revolución, la industria se había convertido en la espina dorsal de los principales países europeos; el proletariado, por ende, había crecido tanto en número como en importancia económica y social, lo que creó presiones que llevaron a contemplarlo a través de nutrida legislación laboral y social. Al mismo tiempo, ese proletariado empezó a organizarse en sindicatos obteniendo así la fuerza necesaria para hacer cumplir esa legislación, elevar sus salarios y mejorar en general sus condiciones de vida y de trabajo. Habían nacido ya los Partidos socialistas en varios países europeos, y su función principal fue batallar para lograr una elevación del nivel de vida de la clase obrera a través de su labor parlamentaria y de su defensa política

domingo, 2 de octubre de 2011

LIBERALISMO DESDE NAHUM


LIBERALISMO EN EL SIGLO XIX

El liberalismo es una de las corrientes ideológicas típicas del siglo XIX. Es un producto de la Ilustración y de la Revolución Francesa en sus inicios, cuando la burguesía la dirigió; y es por lo tanto la bandera política de la burguesía francesa y europea en su doble oposición a la monarquía absoluta y a la democracia jacobina. Frente a los principios absolutistas de la autoridad y la jerarquía, levantó las ideas, hijas de la revolución, de la libertad y de la igualdad.
Pero, si bien más tarde y en algunos países como Inglaterra y Francia evolucionó hacia una posición democrática, esencialmente no lo es. Como ideología típica de la burguesía industrial y comercial de la Europa que recién se industrializaba, temía a las masas, temía al pueblo al que creyó ver en el poder, dirigido por los jacobinos, durante el Régimen del Terror en los años 1793 – 1794.
Para eludir ambos peligros (el de la monarquía absoluta y el del gobierno democrático) y para asegurarse el papel político predominante que aspiró a desempeñar basándose en su hegemonía económica sobre la nación, la burguesía liberal vio como régimen político ideal la monarquía constitucional basada en el sufragio censitario. Como lo expresaba uno de los típicos representantes de la época, Casimiro Périer:
“Si no hay monarquía, el régimen deriva hacia la democracia, y entonces la burguesía no es más la dueña. Sin embargo, es necesario que ella lo sea, por razones de principio, y porque ella es la más capaz”.
Esta ideología liberal, que puso el acento en las ideas de la libertad y de los derechos naturales, es aplicada a los más variados campos de la actividad humana. Hay, así, un liberalismo político, un liberalismo económico, social, religioso, etc. Los dos primeros fueron los que alcanzaron mayor desarrollo doctrinario y los que más influyeron en las corrientes de ideas del siglo XIX.
Uno de los principales objetivos de los liberales era el de salvaguardar los derechos individuales; reclamaban el respeto de la libertad de expresión, la de prensa, de reunión y de asociación, es decir, fundamentalmente, los derechos políticos del hombre. Para conseguir esto, no había otro camino que limitar la autoridad del soberano y del Estado. Y para obtener ambas cosas, la vigencia de los derechos ciudadanos y la limitación del poder estatal, era indispensable una Constitución.
Ella, según los liberales, sería la garantía de la aplicación de aquellos derechos y de la limitación de este poder.
El otro objetivo fundamental a que apuntaban era la participación de la burguesía en la administración del Estado y en la redacción de las leyes a través de asambleas legislativas. Este objetivo derivaba del convencimiento de que debía corresponderle a la burguesía un rol, principal en la vida política del país, acorde con su papel predominante en la vida económica. No podemos olvidar que el siglo XIX es el siglo del ascenso de la burguesía, y que el liberalismo es su ideología.








Así, pues, los dos puntos principales de su programa, obtención de las libertades política y participación en la dirección del Estado, obtendrían satisfacción de lograrse la aprobación de una Constitución liberal. Por eso es que todos los movimientos liberales europeos de 1830 y 1848, la reclaman y centran en su obtención el triunfo de sus luchas.
Pero ya dijimos que en esta primera mitad del siglo XIX por lo menos, el liberalismo no fue una ideología democrática. La burguesía todavía estaba asustada por los que llamaba “excesos” de la Revolución Francesa, protagonizados por las masas populares, y veía con creciente desconfianza el aumento numérico de una clase social que surgía debido a la introducción del maquinismo en Europa: la clase obrera. Por lo tanto, si bien la burguesía liberal pedía una Constitución, no pedía el sufragio universal, y era sobre esto y no sobre aquélla en que habría de basarse la democracia política.
Había liberales monárquico – constitucionales y monárquico-parlamentarios y ambos sectores eran partidarios de un régimen electoral censatario, es decir, basado en la riqueza (sólo aquellos que por poseer determinada cantidad de bienes pagan ciertos impuestos, pueden votar y participar en la vida política de la nación). De esta forma con esta ideología típica de la burguesía se aseguraban la participación exclusiva en la política del Estado.
Más adelante, sin embargo, en la segunda mitad del siglo especialmente, y contra los deseos de la burguesía, el liberalismo irá evolucionando lentamente hacia la democracia, sobre todo en Inglaterra y Francia. Y ello ocurrirá porque tanto las masas populares como el Estado empiezan a apropiarse, y a aplicar, aquellos puntos del programa liberal que reclamaban los derechos políticos para todos los ciudadanos.
Hacia la democracia política
La Segunda Revolución Industrial, que se produce en la última mitad del siglo, provocó grandes cambios en las sociedades europeas occidentales. Aumento de la población; crecimiento de las ciudades; multiplicación de los problemas urbanos tales como alojamiento, transporte, energía; nacimiento de los sindicatos obreros; predominio de la industria en la vida económica del país e importancia creciente de sus protagonistas, obreros e industriales; extensión de las clases medias por la difusión de nuevas técnicas y oficios, tales fueron algunos de los nuevos elementos que modificaron la vida de la sociedad y la posición tradicional del Estado frente a ella.
Las acuciantes reclamaciones de los sectores obreros para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, la necesidad que sentía el país de que la industria, ahora convertida en el principal sector de la economía, no detuviera su marcha, determinaron una variación del tradicional enfoque liberal acerca de las funciones del estado.
Ganada así por preocupaciones sociales, y decidida a defender la estructura social que la beneficiaba, la clase gobernante, fundamentalmente la burguesía, inició una serie de concesiones en el plano político y jurídico que, al mismo tiempo que aplacaban las reivindicaciones más urgentes, le permitían mantener el control del Estado.
Se produce lentamente, incluso por sus antiguos defensores, un abandono de la tradicional concepción liberal del estado “juez y gendarme”. En el último cuarto de siglo el Estado se vio impulsado necesariamente a preocuparse de la suerte de las clases menos favorecidas.
El Estado comenzó a practicar lo que se llamó “fines secundarios” en tres sectores principalmente: asistencia médica, servicios públicos y enseñanza. Pero la complejidad creciente de la sociedad lo embarcó más tarde en actividades comerciales, industriales, de transporte, etc. Hasta configurar la imagen actual del Estado contemporáneo (por Ej. Democracia política).
Los liberales se democratizaron, algunos por temor, y otros por el maduro convencimiento de que ya, sin el apoyo de los más amplios sectores de la sociedad, no era posible gobernar.
Las vías para ese proceso de democratización política fueron disímiles según los distintos países. Pero, en general, podemos señalar las siguientes como las de mayor importancia: implantación del sufragio universal, difusión del sistema parlamentario[1] , extensión de la enseñanza, etc.
El progreso de la industrialización, el afianzamiento y organización de la clase obrera, la complejidad de las urbes modernas, la mayor sensibilidad social, el ascenso de las masas, son otros tantos factores que explican la extensión de la democracia política en la segunda mitad del siglo XIX.
EL LIBERALISMO ECONÓMICO
El liberalismo económico es uno de los aspectos más importantes de la doctrina liberal, a tal punto que casi se constituyó en una teoría independiente, especialmente volcada al estudio de los fenómenos económicos.
Reconoce sus antecedentes principales en la obra del economista escocés Adam Smith y de la escuela fisiocrática francesa, ambas del siglo XVIII. La fisiocracia sostenía que el fenómeno económico era un fenómeno natural y por lo tanto las leyes naturales de la economía debían desenvolverse libremente, sin la mínima intervención del Estado. Acuñó la famosa frase “laissez faire, laissez passer”, que resumía su posición favorable a la más amplia iniciativa individual en el campo, sin trabas impositivas o legales que estorbaran la actividad en ese terreno.
Coincidiendo con esas premisas y ampliándolas, Adam Smith postulaba la libre iniciativa individual impulsada por el afán de lucro, la libre competencia, que regularía la producción y los precios, y el libre juego del mercado, que se desarrollaría plenamente siempre que se respetaran esas leyes naturales. Pone el acento especial (al igual que los fisiócratas) en la libertad de la actividad económica del individuo y de la economía en general.
“El liberalismo político y el económico son dos caras de una misma doctrina”.
Los economistas liberales sostenían que una sociedad económica estaba integrada por productores individuales que aportaban sus productos y los intercambiaban con otros productores, compraban lo más barato posible y vendían al mejor precio que pudieran obtener. Era la teoría del intercambio de bienes en un mercado libremente competitivo en donde los precios se fijaban por la propia situación del mercado, sin ninguna intervención exterior. Cuando había demanda de un artículo, y por lo tanto, los precios eran altos, la producción aumentaba porque, guiados por su afán de lucro, los productores aprovechaban ese momento de auge. Esto llevaba a un exceso de producción, o sea de oferta, lo que hacía descender el precio del artículo ante su abundancia; los productores, entonces, disminuían su fabricación hasta que su relativa escasez obligaba a los consumidores a pagar más para conseguirlo. Nuevo aumento de los precios, y nuevo incremento de la producción. Esas serían las “leyes naturales” de un mecanismo perfecto que avanzaba, se frenaba y regulaba solo, automáticamente, “naturalmente”. Esta libertad en la economía producía una “armonía natural de intereses” y si el estado interviniese estaría alterando dicha armonía. Por eso es que el Estado debía limitarse solamente al orden interno y a la seguridad exterior, este es el concepto típico del liberalismo económico (Estado juez y gendarme). El Estado debía mantener las leyes, internas, castigar a quién las viole, proteger las fronteras, pero no intervenir en absoluto en la vida privada de los ciudadanos, uno de cuyos aspectos es la actividad económica.
La doctrina del liberalismo económico se basaba en los siguientes principios:
· Ley natural. El liberalismo entiende que la economía está regida por leyes naturales, y en la medida en que esa economía se desarrolle libremente, sin trabas, será una economía sana, natural, creadora de riquezas para todos los ciudadanos.
· “Laissez faire, laissez passer. Retoman la divisa de la fisiocracia, propugnando la abolición de impuestos, reglamentaciones, monopolios y todo otro obstáculo jurídico o fiscal que entorpezca aquel desarrollo.
· Anti – intervencionismo. De lo anterior se deduce claramente que son enemigos de la intervención del Estado en la economía, asignándole solamente el papel de guardián del orden.
· Libre empresa. Son partidarios de la más completa libertad individual en el campo económico, creyendo que cada productor es el que mejor sabe cuánto le conviene producir y a qué precio le conviene vender. Su afán de lucro, su deseo de ganar en los negocios, lo llevarían a la prosperidad, y junto con él se enriquecería toda la sociedad, porque el progreso colectivo está hecho de los progresos individuales.
· Libre comercio. Aplicando estas ideas al comercio exterior, reclaman la abolición de las aduanas y la entrada y salida libre de trabas de todas las mercaderías. Sus principales defensores son los liberales ingleses quienes, basados en la superioridad técnica que les daba el hecho de que Inglaterra había sido la cuna de la Revolución Industrial, estaban en condiciones de inundar sin competencia todos los mercados europeos con sus productos manufacturados.
· Libre contrato. Tanto el patrono como el obrero debían ponerse de acuerdo libremente sobre el contrato de trabajo y salario. Partiendo del concepto de que todos los hombres son iguales, los liberales consideraban que nadie más que esas dos personas debían intervenir en esa transacción, y menos que nadie el Estado. Pero si bien es cierto que obrero y patrono eran dos hombres libres, no eran dos hombres iguales. El patrono tenía como respaldo su capital (dinero, fábricas, máquinas), mientras que lo único que tenía el obrero para vivir era la cesión de su fuerza de trabajo mediante un salario. Salario que el patrón ofrecía y que él no podía negarse a aceptar, porque detrás suyo había cientos de hombres en situaciones similares de miseria, necesitados de trabajar y esperando una oportunidad para hacerlo. No olvidemos que en la época existía abundancia de mano de obra como consecuencia del éxodo rural.
· Libre asociación. Los liberales exigían una completa libertad para que los comerciantes, industriales y empresarios pudieran asociarse en entidades defensoras de sus intereses económicos. En cambio se negaban a aceptar cualquier tipo de asociación obrera aduciendo que entorpecería la continuidad de la producción, y podría dar lugar a conflictos sociales y huelgas. En este punto, abandonando su clásico anti-intervencionismo llegaron a pedir la acción del estado para prohibir su existencia.
En resumen, el liberalismo económico fue una teoría acorde con los intereses sociales y económicos de la burguesía. Su aplicación le aseguraba una clara hegemonía económica, como el liberalismo político se la proporcionaba en el plano del poder público.
En el siglo XIX la burguesía pudo a la vez vencer el absolutismo político y encaramarse en el poder estatal, y contener el revolucionarismo del proletariado y conservar su situación económica de predominio.

[1] Con el sufragio universal, el parlamento era elegido por el pueblo, y los contemporáneos vieron en esa institución una garantía efectiva de la democracia política.

lunes, 26 de septiembre de 2011

REVOLUCION INDUSTRIAL en Hobsbawm

La era de las revoluciones

CAPITULO II

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

(fragmento)

¿Qué significa la frase «estalló la revolución, industrial»? Significa que un día entre 1780 y 1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas el «take-off into self-sustained growth». Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros que una estructura social preindustrial, una ciencia y una técnica defectuosas, el paro, el hambre y la muerte imponían periódicamente a la producción. El «take-off» no fue, desde luego, uno de esos fenómenos que, como los terremotos y los cometas, sorprenden al mundo no técnico. Su prehistoria en Europa puede remontarse, según el gusto del historiador y su clase de interés, al año 1000, si no antes, y sus primeros intentos para saltar al airetorpes, como los primeros pasos de un patito ya hubieran podido recibir el nombre de «revolución industrial» en el siglo XIII, en el XVI y en las últimas décadas del XVII. Desde mediados del XVIII, el proceso de aceleración se hace tan patente que los antiguos historiadores tendían a atribuir a la revolución industrial la fecha inicial de 1760. Pero un estudio más detenido ha hecho a los expertos preferir como decisiva la década de 1780 a la de 1760, por ser en ella cuando los índices estadísticos tomaron el súbito, intenso y casi vertical impulso ascendente que caracteriza al «take-off». La economía emprendió el vuelo.

Llamar revolución industrial a este proceso es algo lógico y conforme a una tradición sólidamente establecida, aunque algún tiempo hubo una tendencia entre los historiadores conservadores quizá debida a cierto temor en presencia de conceptos incendiarios a negar su existencia y a sustituir el término por otro más apacible, como, por ejemplo, «evolución acelerada». Si la súbita, cualitativa y fundamental transformación verificada hacia 1780 no fue una revolución, la palabra carece de un significado sensato. Claro que la revolución industrial no fue un episodio con principio y fin. Preguntar cuándo se completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así sigue siendo; a lo sumo podemos preguntamos si las transformaciones económicas fueron lo bastante lejos como para establecer una economía industrializada, capaz de producirhablando en términos generales todo cuanto desea, dentro del alcance de las técnicas disponibles, una «madura economía industrial», por utilizar el término técnico. En Inglaterra, y por tanto en todo el mundo, este período inicial de industrialización coincide probablemente y casi con exactitud con el período que abarca este libro, pues si empezó con el «take-off» en la década de 1780, podemos afirmar que concluyó con la construcción del ferrocarril y la creación de una fuerte industria pesada en Inglaterra en la década de 1840. Pero la revolución en sí, el período de «take-off», puede darse, con la precisión posible en tales materias, en los lustros que corren entre 1780 y 1800: es decir, simultáneamente, aunque con ligera prioridad, a la Revolución francesa.

Sea lo que fuere de estos cómputos fue probablemente el acontecimiento más importante de la historia del mundo y, en todo caso, desde la invención de la agricultura y las ciudades. Y lo inició Inglaterra. Lo cual, evidentemente, no fue fortuito.

Si en el siglo XVIII iba a celebrarse una carrera para iniciar la revolución industrial, sólo hubo en realidad un corredor que se adelantara. Había un gran avance industrial y comercial, impulsado por los ministros y funcionariosinteligentes y nada cándidos en el aspecto económico de cada monarquía ilustrada europea, desde Portugal hasta Rusia, todos los cuales sentían tanta preocupación por el «desarrollo económico» como la que pueden sentir los gobernantes de hoy. Algunos pequeños Estados y regiones alcanzaban una industrialización verdaderamente impresionante, como, por ejemplo, Sajonia y el obispado de Lieja, si bien sus complejos industriales eran demasiado pequeños y localizados para ejercer la revolucionaria influencia mundial de los ingleses. Pero parece claro que, incluso antes de la revolución, Inglaterra iba ya muy por delante de su principal competidora potencial, en cuanto a producción per capita y comercio.

Como quiera que fuere, el adelanto británico no se debía a una superioridad científica y técnica. En las ciencias naturales, seguramente los franceses superaban con mucho a los ingleses. La Revolución francesa acentuaría de modo notable esta ventaja, sobre todo en las matemáticas y en la física. Mientras el gobierno revolucionario francés estimulaba las investigaciones científicas, el reaccionario británico las consideraba peligrosas. Hasta en las ciencias sociales los ingleses estaban muy lejos de esa superioridad que hacía de las económicas un campo fundamentalmente anglosajón. La revolución industrial puso a estas ciencias en un primer lugar indiscutible. Los economistas de los años 1780 leían, sí, a Adam Smith, pero tambiény quizá con más provecho a los fisiócratas y a los expertos hacendistas franceses Quesnay, Turgot, Dupont de Nemours, Lavoisier, y tal vez a uno o dos italianos. Los franceses realizaban inventos más originales, como el telar Jacquard (1804), conjunto mecánico muy superior a cualquiera de los conocidos en Inglaterra, y construían mejores barcos. Los alemanes disponían de instituciones para la enseñanza técnica como la Bergakademie prusiana, sin igual en Inglaterra, y la Revolución francesa creó ese organismo impresionante y único que era la Escuela Politécnica. La educación inglesa era una broma de dudoso gusto, aunque sus deficiencias se compensaban en parte con las escuelas rurales y las austeras, turbulentas y democráticas Universidades calvinistas de Escocia, que enviaban una corriente de jóvenes brillantes, laboriosos y ambiciosos al país meridional. Entre ellos figuraban James Watt, Thomas Telford, Loudon McAdam, James Mill y otros. Oxford y Cambridge, las dos únicas Universidades inglesas, eran intelectualmente nulas, igual que las soñolientas escuelas públicas o de humanidades, con la excepción de las Academias fundadas por los disidentes, excluidos del sistema educativo anglicano. Incluso algunas familias aristocráticas que deseaban que sus hijos adquiriesen una buena educación, los confiaban a preceptores o los enviaban a las Universidades escocesas. En realidad, no hubo un sistema de enseñanza primaria hasta que el cuáquero Lancaster (y tras él sus rivales anglicanos) obtuvo abundantísima cosecha de graduados elementales a principios del siglo XIX, cargando incidentalmente para siempre de discusiones sectarias la educación inglesa. Los temores sociales frustraban la educación de los pobres.

Por fortuna, eran necesarios pocos refinamientos intelectuales para hacer la revolución industrial[1]. Sus inventos técnicos fueron sumamente modestos, y en ningún sentido superaron a los experimentos de los artesanos inteligentes en sus tareas, o las capacidades constructivas de los carpinteros, constructores de molinos y cerrajeros: la lanzadera volante, la máquina para hilar, el huso mecánico. Hasta su máquina más científica la giratoria de vapor de James Watt (1784)— no requirió más conocimientos físicos de los asequibles en la mayor parte del siglola verdadera teoría de las máquinas de vapor sólo se desarrollaría «ex post facto» por el francés Carnot en 1820— y serían necesarias varias generaciones para su utilización práctica, sobre todo en las minas. Dadas las condiciones legales, las innovaciones técnicas de la revolución industrial se hicieron realmente a sí mismas, excepto quizá en la industria química. Lo cual no quiere decir que los primeros industriales no se interesaran con frecuencia por la ciencia y la búsqueda de los beneficios prácticos que ella pudiera proporcionarles[2]

Pero las condiciones legales se dejaban sentir mucho en Inglaterra, en donde había pasado más de un siglo desde que el primer rey fue procesado en debida forma y ejecutado por su pueblo, y desde que el beneficio privado y el desarrollo económico habían sido aceptados como los objetivos supremos de la política gubernamental. Para fines prácticos, la única solución revolucionaria británica para el problema agrario ya había sido encontrada. Un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez empleaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. Muchos residuos de la antigua economía aldeana subsistían todavía para ser barridos por las Enclosure Acts (1760-1830) y transacciones privadas, pero difícilmente se puede hablar de un «campesinado británico» en el mismo sentido en que se habla de un campesinado francés, alemán o ruso. Los arrendamientos rústicos eran numerosísimos y los productos de las granjas dominaban los mercados; la manufactura se había difundido hacía tiempo por el campo no feudal. La agricultura estaba preparada, pues, para cumplir sus tres funciones fundamentales en. una era de industrialización: aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria en rápido y creciente aumento; proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutas para las ciudades y las industrias, y suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la economía. (Otras dos funciones eran probablemente menos importantes en la Gran Bretaña: la de crear un mercado suficientemente amplio entre la población agrarianormalmente la gran masa del pueblo y la de proporcionar un excedente para la exportación que ayudase a las importaciones de capital). Un considerable volumen de capital socialel costoso equipo general necesario para poner en marcha toda la economía ya estaba siendo constituido, principalmente en buques, instalaciones portuarias y mejoras de caminos y canales. La política estaba ya engranada con los beneficios. Las peticiones específicas de los hombres de negocios podían encontrar resistencia en otros grupos de intereses; y como veremos más adelante, los agricultores iban a alzar una última barrera para impedir el avance de los industriales entre 1795 y 1846. Sin embargo, en conjunto se aceptaba que el dinero no sólo hablaba, sino que gobernaba. Todo lo que un industrial necesitaba adquirir para ser admitido entre los regidores de la sociedad, era bastante dinero.

El hombre de negocios estaba indudablemente en un proceso de ganar más dinero, pues la mayor parte del siglo XVIII fue para casi toda Europa un período de prosperidad y de cómoda expansión económica; el verdadero fondo para el dichoso optimismo del volteriano doctor Pangloss. Se puede argüir que más pronto o más temprano esta expansión, ayudada por una suave inflación, habría impulsado a otros países a cruzar el umbral que separa a la economía preindustrial de la industrial. Pero el problema no es tan sencillo. Una gran parte de la expansión industrial del siglo XVIII no condujo de hecho, inmediatamente o -dentro del futuro previsible, a la revolución industrial por ejemplo, a la creación de un sistema de «talleres mecanizados» que a su vez produjeran tan gran cantidad de artículos disminuyendo tanto su coste como para no depender más de la demanda existente, sino para crear su propio mercado[3]. Así, por ejemplo, la rama de la construcción, o las numerosas industrias menores que producían utensilios domésticos de metalclavos, navajas, tijeras, cacharros, etc. en los Midlands ingleses y en el Yorkshire, alcanzaron gran expansión en este período, pero siempre en función de un mercado existente. En 1850, produciendo mucho más que en 1750, seguían haciéndolo a la manera antigua. Lo que necesitaban no era cualquier clase de expansión, sino la clase especial de expansión que generaba Manchester más bien que Birmingham.

Por otra parte, las primeras manifestaciones de la revolución industrial ocurrieron en una situación histórica especial, en la que el crecimiento económico surgía de las decisiones entrecruzadas de innumerables empresarios privados e inversores, regidos por el principal imperativo de la época: comprar en el mercado más barato para vender en el más caro. ¿Cómo iban a imaginar que obtendrían el máximo beneficio de una revolución industrial organizada en vez de unas actividades mercantiles familiares, más provechosas en el pasado? ¿Cómo iban a saber lo que nadie sabía todavía, es decir, que la revolución industrial produciría una aceleración sin igual en la expansión de sus mercados? Dado que ya se habían puesto los principales cimientos sociales de una sociedad industrialcomo había ocurrido en la Inglaterra a finales del siglo XVIII—, se requerían dos cosas: primero, una industria que ya ofrecía excepcionales retribuciones para el fabricante que pudiera aumentar rápidamente su producción total, si era menester, con innovaciones razonablemente baratas y sencillas, y segundo, un mercado mundial ampliamente monopolizado por la producción de una sola nación. [4]

Estas consideraciones son aplicables en cierto modo a todos los países en el período que estudiamos. Por ejemplo, en todos ellos se pusieron a la cabeza del crecimiento industrial los fabricantes de mercancías de consumo de masas -principal, aunque no exclusivamente, textiles[5] que ya existía el gran mercado para tales mercancías y los negociantes pudieron ver con claridad sus posibilidades de expansión. No obstante, en otros aspectos sólo pueden aplicarse a Inglaterra, pues los primitivos industrializadores se enfrentaron con los problemas más difíciles. Una vez que la Gran Bretaña empezó a industrializarse, otros países empezaron a disfrutar de los beneficios de la rápida expansión económica estimulada por la vanguardia de la revolución industrial. Además, el éxito británico demostró lo que podía conseguirse: la técnica británica se podía imitar, e importarse la habilidad y los capitales ingleses. La industria textil sajona, incapaz de hacer sus propios inventos, copió los de los ingleses, a veces bajo la supervisión de mecánicos británicos; algunos ingleses aficionados al continente, como los Cockerill, se establecieron en Bélgica y en algunos puntos de Alemania. Entre 1789 y 1848, Europa y América se vieron inundadas de expertos, máquinas de vapor, maquinaria algodonera e inversiones de capital, todo ello británico.

Inglaterra no disfrutaba de tales ventajas. Por otra parte, tenía una economía lo bastante fuerte y un Estado lo bastante agresivo para apoderarse de los mercados de sus competidores. En efecto, las guerras de 1793-1815, última y decisiva fase del duelo librado durante un siglo por Francia e Inglaterra, eliminaron virtualmente a todos los rivales en el mundo extraeuropeo, con la excepción de los jóvenes Estados Unidos. Además, Inglaterra poseía una industria admirablemente equipada para acaudillar la revolución industrial en las circunstancias capitalistas, y una coyuntura económica que se lo permitía: la industria algodonera y la expansión colonial.

II

La industria británica, como todas las demás industrias algodoneras, tuvo su origen como un subproducto del comercio ultramarino, que producía su material crudo (o más bien uno de sus materiales crudos, pues el producto original era el fustán, mezcla de algodón y lino), y los artículos de algodón indio o indianas, que ganaron los mercados, de los que los fabricantes europeos intentarían apoderarse con sus imitaciones. En un principio no tuvieron éxito, aunque fueran más capaces de reproducir a precios de competencia las mercancías más toscas y baratas que las finas y costosas. Sin embargo, por fortuna, los antiguos y poderosos magnates del comercio de lanas conseguían periódicamente la prohibición de importar los calicoes o indianas (que el interés puramente mercantil de la East India CompanyCompañía de las Indias Orientales trataba de exportar desde de la India en la mayor cantidad posible), dando así oportunidades a los sucedáneos que producía la industria nativa del algodón. Más baratos que la lana, el algodón y las mezclas de algodón no tardaron en obtener en Inglaterra un mercado modesto, pero beneficioso. Pero sus mayores posibilidades para una rápida expansión estaban en ultramar.

El comercio colonial había creado la industria del algodón y continuaba nutriéndola. En el siglo XVIII se desarrolló en el «hinterland» de los mayores puertos coloniales, como Bristol, Glasgow y especialmente Liverpool, el gran centro de comercio de esclavos. Cada fase de este inhumano pero rápidamente próspero tráfico, parecía estimular a aquella. De hecho, durante todo el período a que este libro se refiere, la esclavitud y el algodón marcharon juntos. Los esclavos africanos se compraban, al menos en parte, con algodón indio; pero cuando el suministro de éste se interrumpía por guerras o revueltas en la India o en otras partes, el Lancashire salía a la palestra. Las plantaciones de las Indias Occidentales, adonde los esclavos eran llevados, proporcionaban la cantidad de algodón en bruto suficiente para la industria británica, y en compensación los plantadores compraban grandes cantidades de algodón elaborado en Manchester. Hasta poco antes del «take-off», el volumen principal de exportaciones de algodón del Lancashire iba a los mercados combinados de Africa y América[6]. El Lancashire recompensaría más tarde su deuda a la esclavitud conservándola, pues a partir de 1790 las plantaciones de esclavos de los Estados Unidos del Sur se extenderían y mantendrían por las insaciables y fabulosas demandas de los telares del Lancashire, a los que proporcionaban la casi totalidad de sus cosechas de algodón.

De este modo, la industria del algodón fue lanzada como un planeador por el impulso del comercio colonial al que estaba ligada; un comercio que prometía no sólo una grande, sino también una rápida y sobre todo imprevisible expansión que incitaba a los empresarios a adoptar las técnicas revolucionarias para conseguirla. Entre 1750 y 1769, la exportación de algodones británicos aumentó más de diez veces. En tal situación, las ganancias para el hombre que llegara primero al mercado con sus remesas de algodón eran astronómicas y compensaban los riesgos inherentes a las aventuras técnicas. Pero el mercado ultramarino, y especialmente el de las pobres y atrasadas «zonas subdesarrolladas», no sólo aumentaba dramáticamente de cuando en cuando, sino que se extendía constantemente sin límites aparentes. Sin duda, cualquier sección de él, considerada aisladamente, era pequeña para la escala industrial, y la competencia de las «economías avanzadas» lo hacía todavía más pequeño para cada una de éstas. Pero, como hemos visto, suponiendo a cualquiera de esas economías avanzadas preparada, para un tiempo suficientemente largo, a monopolizarlo todo o casi todo, sus perspectivas eran realmente ilimitadas. Esto es precisamente lo que consiguió la industria británica del algodón, ayudada por el agresivo apoyo del gobierno inglés. En términos mercantiles, la revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iniciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho[7]. Y dentro de esta creciente marea de exportaciones, la importancia mayor la adquirirían los mercados coloniales o semicoloniales que la metrópoli tenía en el exterior. Durante las guerras napoleónicas, en que los mercados europeos estuvieron cortados por el bloqueo, esto era bastante natural. Pero una vez terminadas las guerras, aquellos mercados continuaron afirmándose. En 1820, abierta Europa de nuevo a las importaciones británicas, consumió 128 millones de yardas de algodones ingleses, y Américaexcepto los Estados Unidos—, África y Asia consumieron 80 millones; pero en 1840 Europa consumiría 200 millones de yardas, mientras las «zonas subdesarrolladas» consumirían 529 millones.

Dentro de estas zonas, la industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno imperial. Dos regiones merecen un examen particular. Hispanoamérica vino a depender virtualmente casi por completo de las importaciones británicas durante las guerras napoleónicas, y después de su ruptura con España y Portugal se convirtió casi por completo en una dependencia económica de Inglaterra, aislada de cualquier interferencia política de los posibles competidores de este último país. En 1820, el empobrecido continente adquiría ya una cuarta parte más de telas de algodón inglés que Europa; en 1840 adquiría la mitad que Europa. Las Indias Orientales habían sido, como hemos visto, el exportador tradicional de mercancías de algodón, impulsadas por la Compañía de las Indias. Pero cuando los nuevos intereses industriales predominaron en Inglaterra, los intereses mercantiles de las Indias Orientales se vinieron abajo. La India fue sistemáticamente desindustrializada y se convirtió a su vez en un mercado para los algodones del Lancashire: en 1820, el subcontinente asiático compró sólo 11 millones de yardas; pero en 1840 llegó a adquirir 145 millones. Esto suponía no sólo una satisfactoria extensión de mercados para el Lancashire, sino también un hito importantísimo en la historia del mundo, pues desde los más remotos tiempos Europa había importado siempre de Oriente mucho más de lo que allí vendía, por ser poco lo que los mercados orientales pedían a Occidente a cambio de las especias, sedas, indianas, joyas, etc., que se compraban allí. Por primera vez las telas de algodón para camisas de la revolución industrial trastrocaban esas relaciones que hasta ahora se habían equilibrado por una mezcla de exportaciones de metal y latrocinios. Solamente la conservadora y autárquica China se negaba a comprar lo que Occidente o las economías controladas por Occidente le ofrecían, hasta que, entre 1815 y 1842, los comerciantes occidentales, ayudados por los cañoneros occidentales, descubrieron un producto ideal que podría ser exportado en masa desde la India a Oriente: el opio.

El algodón, por todo ello, ofrecía unas perspectivas astronómicas para tentar a los negociantes particulares a emprender la aventura de la revolución industrial, y una expansión lo suficientemente rápida como para requerir esa revolución. Pero, por fortuna, también ofrecía las demás condiciones que la hacían posible. Los nuevos inventos que lo revolucionaronlas máquinas de hilar, los husos mecánicos, y un poco más tarde los poderosos telares eran relativamente sencillos y baratos y compensaban enseguida sus gastos de instalación con una altísima producción. Podían ser instaladossi era preciso, gradualmentepor pequeños empresarios que empezaban con unas cuantas libras prestadas, pues los hombres que controlaban las grandes concentraciones de riqueza del siglo XVIII no eran muy partidarios de invertir cantidades importantes en la industria. La expansión de la industria pudo financiarse fácilmente al margen de las ganancias corrientes, pues la combinación de sus conquistas de vastos mercados y una continua inflación de precios produjo fantásticos beneficios. «No fueron el cinco o el diez por ciento, sino centenares y millares por ciento los que hicieron las fortunas del Lancashire»diría más tarde, con razón, un político inglés—. En 1789, un exayudante de pañero como Robert Owen podría empezar en Manchester con cien libras prestadas y en 1809 adquirir la parte de sus socios en la empresa New Lanark Mills por 84.000 libras en dinero contante y sonante. Y éste fue un episodio relativamente modesto en la historia de los negocios afortunados. Téngase en cuenta que, hacia 1800, menos del 15 por 100 de las familias británicas tenían una renta superior a cincuenta libras anuales, y de ellas sólo una cuarta parte superaba las doscientas libras por año[8].

Pero la fabricación del algodón tenía otras ventajas. Toda la materia prima venía de fuera, por lo cual su abastecimiento podía aumentarse con drásticos procedimientos utilizados por los blancos en las coloniasesclavitud y apertura de nuevas áreas de cultivo más bien que con los lentísimos procedimientos de la agricultura europea. Tampoco se veía estorbado por los tradicionales intereses de los agricultores europeos[9]. Desde 1790 la industria algodonera británica encontró su suministro, al cual permaneció ligada su fortuna hasta 1860, en los recién abiertos Estados del Sur de los Estados Unidos. De nuevo, entonces, en un momento crucial de la manufactura (singularmente en el hilado) el algodón padeció las consecuencias de una merma de trabajo barato y eficiente, viéndose impulsado a la mecanización total. Una industria como la del lino, que en un principio tuvo muchas más posibilidades de expansión colonial que el algodón, adoleció a la larga de la facilidad con que su barata y no mecanizada producción pudo extenderse por las empobrecidas regiones campesinas (principalmente en Europa central, pero también en Irlanda) en las que florecía sobre todo. Pues el camino evidente de la expansión industrial en el siglo XVIII, tanto en Sajonia y Normandía como en Inglaterra, era no construir talleres, sino extender el sistema llamado «doméstico», en el que los trabajadores unas veces antiguos artesanos independientes, otras, campesinos con tiempo libre en la estación muerta elaboraban el material en bruto en sus casas, con sus utensilios propios o alquilados, recibiéndolo de y entregándolo de nuevo a los mercaderes, que estaban a punto de convertirse en empresarios[10]. Claro está que, tanto en Inglaterra como en el resto del mundo económicamente progresivo, la principal expansión en el período inicial de industrialización continuó siendo de esta clase. Incluso en la industria del algodón, esos procedimientos se extendieron mediante la creación de grupos de tejedores manuales domésticos que servían a los núcleos de los telares mecánicos, por ser el trabajo manual primitivo más eficiente que el de las máquinas. En todas partes, el tejer se mecanizó al cabo de una generación, y en todas partes los tejedores manuales murieron lentamente. a veces rebelándose contra su terrible destino, cuando ya la industria no los necesitaba para nada.

III

Así, pues, la opinión tradicional que ha visto en el algodón el primer paso de la revolución industrial inglesa es acertada. El algodón fue la primera industria revolucionada y no es fácil ver qué otra hubiera podido impulsar a los patronos de empresas privadas a una revolución. En 1830, la algodonera era la única industria británica en la que predominaba el taller o «hilandería» (nombre este último derivado de los diferentes establecimientos preindustriales que emplearon una potente maquinaria). Al principio (1780-1815) estas máquinas se dedicaban a hilar, cardar y realizar algunas otras operaciones secundarias; después de 1815 se ampliaron también para el tejido. Las fábricas a las que las nuevas disposiciones legales Factory Acts se referían, fueron, hasta 1860-1870, casi exclusivamente talleres textiles, con absoluto predominio de los algodoneros. La producción fabril en las otras ramas textiles se desenvolvió lentamente antes de 1840, y en las demás manufacturas era casi insignificante. Incluso las máquinas de vapor, utilizadas ya por numerosas industrias en 1815, no se empleaban mucho fuera de la de la minería. Puede asegurarse que las palabras «industria» y «fábrica» en su sentido moderno se aplicaban casi exclusivamente a las manufacturas del algodón en el Reino Unido.

Esto no es subestimar los esfuerzos realizados para la renovación industrial en otras ramas de la producción, sobre todo en las demás textiles[11] en las de la alimentación y bebidas, en la construcción de utensilios domésticos, muy estimuladas por el rápido crecimiento de las ciudades. Pero, en primer lugar, todas ellas empleaban a muy poca gente: ninguna de ellas se acercaba ni remotamente al millón y medio de personas directa o indirectamente empleadas en la industria del algodón en 1833[12]. En segundo lugar, su poder de transformación era mucho más pequeño: la industria cervecera, que en muchos aspectos técnicos y científicos estaba más avanzada y mecanizada, y hasta revolucionada antes que la del algodón, escasamente afectó a la economía general, como lo demuestra la gran cervecera Guinness de Dublín que dejó al resto de la economía dublinesa e irlandesa (aunque no los gustos locales) lo mismo que estaba antes de su creación[13]. La demanda derivada del algodónen cuanto a la construcción y demás actividades en las nuevas zonas industriales, en cuanto a máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. contribuyó en cambio en gran parte al progreso económico de Inglaterra hasta 1830. En tercer lugar, la expansión de la industria algodonera fue tan grande y su peso en el comercio exterior británico tan decisivo, que dominó los movimientos de la economía total del país. La cantidad de algodón en bruto importado en Inglaterra subió desde 11 millones de libras en 1785 a 588 millones en 1850; la producción total de telas, desde 40 millones a 2.025 millones de yardas[14]. Las manufacturas de algodón representaron entre el 40 y el 50 por 100 del valor de todas las exportaciones inglesas entre 1816 y 1848. Si el algodón prosperaba, superaba la economía; si decaía, languidecía esa economía. Sus oscilaciones de precios determinaban el equilibrio del comercio nacional. Sólo la agricultura tenía una fuerza comparable, aunque declinaba visiblemente.

No obstante, aunque la expansión de la industria algodonera y de la economía industrial dominada por el algodón «superaba todo cuanto la imaginación más romántica hubiera podido considerar posible en cualquier circunstancia»[15], su progreso distaba mucho de ser uniforme y en la década 1830-1840 suscitó los mayores problemas de crecimiento, sin mencionar el desasosiego revolucionario sin igual en ningún período de la historia moderna de la Gran Bretaña. Estos primeros tropiezos de la economía industrial capitalista se reflejaron en una marcada lentitud en el crecimiento y quizá incluso en una disminución de la renta nacional británica en dicho período[16]. Pero esta primera crisis general capitalista no fue un fenómeno puramente inglés.

Sus más graves consecuencias fueron sociales: la transición a la nueva economía creó miseria y descontento, materiales primordiales de la revolución social. Y en efecto, la revolución social estalló en la forma de levantamientos espontáneos de los pobres en las zonas urbanas e industriales, dio origen a las revoluciones de 1848 en el continente y al vasto movimiento cartista en Inglaterra. El descontento no se limitaba a los trabajadores pobres. Los pequeños e inadaptables negociantes, los pequeños burgueses y otras ramas especiales de la economía, resultaron también víctimas de la revolución industrial y de sus ramificaciones. Los trabajadores sencillos e incultos reaccionaron frente al nuevo sistema destrozando las máquinas que consideraban responsables de sus dificultades; pero también una cantidadsorprendentemente grande de pequeños patronos y granjeros simpatizaron abiertamente con esas actitudes destructoras, por considerarse también víctimas de una diabólica minoría de innovadores egoístas. La explotación del trabajo que mantenía las rentas del obrero a un nivel de subsistencia, permitiendo a los ricos acumular los beneficios que financiaban la industrialización y aumentar sus comodidades, suscitaba el antagonismo del proletariado. Pero también otro aspecto de esta desviación de la renta nacional del pobre al rico, del consumo a la inversión, contrariaba al pequeño empresario. Los grandes financieros, la estrecha comunidad de los rentistas nacionales y extranjeros, que percibían lo que todos los demás pagaban de impuestosalrededor de un 8 por 100 de toda la renta nacional[17]—, eran quizá más impopulares todavía entre los pequeños negociantes, granjeros y demás que entre los braceros, pues aquéllos sabían de sobra lo que eran el dinero y el crédito para no sentir una rabia personal por sus perjuicios. Todo iba muy bien para los ricos, que podían encontrar cuanto crédito necesitaran para superar la rígida deflación y la vuelta a la ortodoxia monetaria de la economía después de las guerras napoleónicas; en cambio, el hombre medio era quien sufría y quien en todas partes y en todas las épocas del siglo XIX solicitaba, sin obtenerlos, un fácil crédito y una flexibilidad financiera[18]. Los obreros y los pequeños burgueses descontentos se encontraban al borde de un abismo y por ello mostraban el mismo descontento, que les uniría en los movimientos de masas del «radicalismo», la «democracia» o el «republicanismo», entre los cuales el radical inglés, el republicano francés y el demócrata jacksoniano americano serían los más formidables entre 1815 y 1848.

Sin embargo, desde el punto de vista de los capitalistas, esos problemas sociales sólo afectaban al progreso de la economía si, por algún horrible accidente, derrocaran el orden social establecido. Por otra parte, parecía haber ciertos fallos inherentes al proceso económico que amenazaban a su principal razón de ser: la ganancia. Si los réditos del capital se reducían a cero, una economía en la que los hombres producían sólo por la ganancia, volvería a aquel «estado estacionario» temido por los economistas[19].

Los tres fallos más evidentes fueron el ciclo comercial de alza y baja, la tendencia de la ganancia a declinar y (lo que venía a ser lo mismo) la disminución de las oportunidades de inversiones provechosas. El primero de ellos no se consideraba grave, salvo por los críticos del capitalismo en sí, que fueron los primeros en investigarlo y considerarlo como parte integral del proceso económico del capitalismo y un síntoma de sus inherentes contradicciones[20]. Las crisis periódicas de la economía que conducían al paro, a la baja de producción, a la bancarrota, etc., eran bien conocidas. En el siglo XVIII reflejaban, por lo general, alguna catástrofe agrícola (pérdida de cosechas, etc.), y, como se ha dicho, en el continente europeo, las perturbaciones agrarias fueron la causa principal de las más profundas depresiones hasta el final del período que estudiamos. También eran frecuentes en Inglaterra, al menos desde 1793, las crisis periódicas en los pequeños sectores fabriles y financieros. Después de las guerras napoleónicas, el drama periódico de las grandes subidas y caídas —en 1825-1826, en 1836-1837, en 1839-1842, en 1846-1848— dominaba claramente la vida económica de una nación en paz. En la década 1830-1840, la verdaderamente crucial en la época que estudiamos, ya se reconocía vagamente que eran un fenómeno periódico y regular, al menos en el comercio y en las finanzas[21]. Sin embargo, se atribuían generalmente por los hombres de negocios a errores particularescomo, por ejemplo, la superespeculación en los depósitos americanos o a interferencias extrañas en las plácidas operaciones de la economía capitalista sin creer que reflejaran alguna dificultad fundamental del sistema.

No así la disminución del margen de beneficios, como lo ilustra claramente la industria del algodón. Inicialmente, esta industria disfrutaba de inmensas ventajas. La mecanización aumentó mucho la productividad (por ejemplo, al reducir el costo por unidad producida) de los trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran parte mujeres y niños[22]. De los 12.000 operarios de las fábricas de algodón de Glasgow en 1833, sólo 2.000 percibían un jornal de 11 chelines semanales. En 131 fábricas de Manchester los jornales eran inferiores a 12 chelines, y sólo en 21 superiores[23]. Y la construcción de fábricas era relativamente barata: en 1846, una nave para 410 máquinas, incluido el coste del suelo y las edificaciones, podía construirse por unas 11.000 libras esterlinas[24]. Pero, por encima de todo, el mayor costoel del material en bruto fue drásticamente rebajado por la rápida expansión del cultivo del algodón en los Estados del Sur de Norteamérica después de inventar Eli Whitney en 1793 el almarrá. Si se añade que los empresarios gozaban de la bonificación de una provechosa inflación (es decir, la tendencia general de los precios a ser más altos cuando vendían sus productos que cuando los hacían), se comprenderá por qué los fabricantes se sentían boyantes.

Después de 1815 estas ventajas se vieron cada vez más neutralizadas por la reducción del margen de ganancias. En primer lugar, la revolución industrial y la competencia causaron una constante y dramática baja en el precio del artículo terminado, pero no en los diferentes costos de la producción[25]. En segundo lugar, después de 1815, el ambiente general de los precios era de deflación y no de inflación, o sea, que las ganancias, lejos de gozar de un alza, padecían una ligera baja. Así, mientras en 1784 el precio de venta de una libra de hilaza era de 10 chelines con 11 peniques, y el costo de la materia bruta de dos chelines, dejando un margen de ganancia de 8 chelines y 11 peniques, en 1812 su precio de venta era de 2 chelines con 6 peniques, el costo del material bruto de 1 con 6 (margen de un chelín) y en 1832 su precio de venta 11 peniques y cuarto, el de adquisición de material en bruto de 7 peniques y medio y el margen de beneficio no llegaba a los 4 peniques[26]. Claro que la situación, general en toda la industria británicatambién en la avanzada—, no era del todo trágica. «Las ganancias son todavía suficientes escribía el paladín e historiador del algodón en 1835 en un arranque de sinceridad para permitir una gran acumulación de capital en la manufactura» [27]. Como las ventas totales seguían ascendiendo, el total de ingresos ascendía también, aunque la unidad de ganancias fuera menor. Todo lo que se necesitaba era continuar adelante hasta llegar a una expansión astronómica. Sin embargo parecía que el retroceso de las ganancias tenía que detenerse o al menos atenuarse. Esto sólo podía lograrse reduciendo los costos. Y de todos los costos, el de los jornalesque McCulloch calculaba en tres veces el importe anual del material en bruto era el que más se podía comprimir.

Podía comprimirse por una reducción directa de jornales, por la sustitución de los caros obreros expertos por mecánicos más baratos, y por la competencia de la máquina. Esta última redujo el promedio semanal del jornal de los tejedores manuales en Bolton de 33 chelines en 1795 y 14 en 1815 a 5 chelines y 6 peniques (o, más prácticamente, un ingreso neto de 4 chelines y un penique y medio), en 1829-1834[28]. Y los jornales en dinero siguieron disminuyendo en el período posnapoleónico. Pero había un límite fisiológico a tales reducciones, si no se quería que los trabajadores murieran de hambre, como les ocurrió a 500.000 tejedores manuales. Sólo si el costo de la vida descendía, podían descender más allá de ese punto los jornales. Los fabricantes de algodón opinaban que ese costo se mantenía artificialmente elevado por el monopolio de los intereses de los hacendados, agravado por las tremendas tarifas protectoras con las que un parlamento de terratenientes había envuelto a la agricultura británica después de las guerraslas Corn Laws, las leyes de cereales—. Lo cual tenía además la desventaja de amenazar el crecimiento esencial de las exportaciones inglesas. Pues si al resto del mundo todavía no industrializado se le impedía vender sus productos agrarios, ¿cómo iba a pagar los productos manufacturados que sólo Inglaterra podía y tenía que proporcionarle? Manchester se convirtió en el centro de una desesperada y creciente oposición militante al terratenientismo en general y a las Corn Laws en particular y en la espina dorsal de la Liga Anti-Corn Laws entre 1838-1846, fecha en que dichas leyes de cereales se abolieron, aunque su abolición no llevó inmediatamente a una baja del coste de vida, y es dudoso que antes de la época de los ferrocarriles y vapores hubiera podido bajarlo mucho incluso la libre importación cíe materias alimenticias.

Así, pues, la industria se veía obligada a mecanizarse (lo que reduciría los costos al reducir el número de obreros), a racionalizarse y a aumentar su producción y sus ventas, sustituyendo por un volumen de pequeños beneficios por unidad la desaparición de los grandes márgenes. Su éxito fue vario. Como hemos visto, el aumento efectivo en producción y exportación fue gigantesco; también, después de 1815, lo fue la mecanización de los oficios hasta entonces manuales o parcialmente mecanizados, sobre todo el de tejedor. Esta mecanización tomó principalmente más bien la forma de una adaptación o ligera modificación de la maquinaria ya existente que la de una absoluta revolución técnica. Aunque la presión para esta innovación técnica aumentara significativamente en 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas de telares de algodón, etc., 51 en 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en la década siguiente[29]—, la industria algodonera británica se estabilizó tecnológicamente en 1830. Por otra parte, aunque la producción por operario aumentara en el período posnapoleónico, no lo hizo con una amplitud revolucionaria. El verdadero y trascendental aumento de operaciones no ocurriría hasta la segunda mitad del siglo.

Una presión parecida había sobre el tipo de interés del capital, que la teoría contemporánea asimilaba al beneficio. Pero su examen nos lleva a la siguiente fase del desarrollo industrial: la construcción de una industria básica de bienes de producción.



[1] "Por una parte, es satisfactorio ver cómo los ingleses adquieren un rico tesoro para su vida política del estudio de los autores antiguos, aunque éste lo realicen pedantescamente. Hasta el punto de que con frecuencia los oradores parlamentarios citan a todo pasto a esos autores, práctica aceptada favorablemente por la Asamblea, en la que esas citas no dejan de surtir efecto. Por otra parte, no puede por menos que sorprendernos que en un país en que predominan las tendencias manufactureras, por lo que es evidente la necesidad de familiarizar al pueblo con las ciencias y las artes que las favorecen, se advierta la ausencia de tales temas en los planes de educación juvenil. Es igualmente asombroso lo mucho que se ha realizado por hombres carentes de una educación formal para su profesión (W. Wachsmuth, Europaiesche Sitngeschichte 5 2, Leipzig 1839 página 736).

[2] Cf. A. E. Musson y E. Robinson: Science and Industry in the Late Eighteenth Century, "Economic History Review", XIII, 2 de diciembre de 1960; y la obra de R. E. Schofield sobre los industriales de los Midlands y la Lunar Society. "Isis", 47, marzo de 1956; 48, 1957, "Annals of Science", II, junio de 1965, etc. 5

[3] La moderna industria del motor es un buen ejemplo de esto. No fue la demanda de automóviles existente en 1890 la que creó una industria de moderna envergadura, sino la capacidad para producir automóviles baratos la que dio lugar a la moderna masa de peticiones.

[4] Sólo lentamente el poder adquisitivo aumentó con el crecimiento de población, la renta per capita, el precio los transportes y las limitaciones del comercio. Pero el mercado se ampliaba, y la cuestión vital consistía en que un producto de mercancías de gran consumo adquiriera nuevos mercados que le permitieran una continua expansión de su producción (K. Berrill: International Trade and the Rate of Economic Growth, "Economic History Review", XII, 1960, pág. 358.

[5] G. Hoffmann: The Growth of Industrial Economies, Manchester, 1958, pág. 68

[6] A. P. Wadsworth y J. de L. Mann: The Cotton Trade and Industrial Lancashire, 1931, cap. VII.

[7] F. Crouzet: Le blocus continental et l'économie britannique, 1958, pág. 63, sugiere que en 1805 llegaba a los dos tercios.

[8] P. K. 0'Brien: British Incomes and Property in the Early Nineteenth Century, "Economic History Review", XII, 2. 1959, pág. 267.

[9] Los suministros ultramarinos de lana, en cambio, fueron de escasa importancia durante el período que estudiamos, y sólo se convirtieron en un factor mayor en 1870.

[10] El "sistema doméstico", que es una etapa universal del desarrollo industrial en el camino desde la producción artesana a la moderna industria, puede tomar innumerables formas, algunas de las cuales se acercan ya al taller. Si un escritor del siglo XVIII habla de "manufacturas", lo que quiere decir es invariable para todos los países occidentales.

[11] En todos los países que poseían cualquier clase de manufacturas comerciales, las textiles tendían a predominar; en Silesia (1800) significaban el 74 por 100 del valor total (Hoffmann, op. cit., pág. 73).

[12] Baines: History of the Cotton Manufacture in Great Britain, Londres, 1835, pág. 431.

[13] P. Mathias: The Brewing industry in England, Cambridge, 1959.

[14] M. Mulhall: Dictionary of Statistics, 1892, pág. 158.

[15] Baines, op. cit., pág. 112.

[16] CF Phyllis Deane: Estimates of the British National Income, Economic History Review", abril de 1956 y abril de 1957.

[17] 0'Brien, op. cit., pág. 267

[18] Desde el radicalismo posnapoleónico en Inglaterra hasta el populismo en los Estados Unidos, todos los movimientos de protesta que incluían a los granjeros y a los pequeños empresarios se caracterizaban por sus peticiones de flexibilidad financiera para obtener el dinero necesario

[19] Para el estado estacionario, cf. J. Schumpeter: History of Economic Analysis, 1954, págs. 570-571. La fórmula principal es de John Stuart Mill, Principles of Political Economy, libro IV, cap. IV: "Cuando un país ha tenido durante mucho tiempo una gran producción y una gran red de impuestos para aprovecharla, y cuando, por ello, ha contado con los medios para un gran aumento anual de capital, una de las características de tal país es que la proporción de beneficios está, por decirlo así, a un palmo del mínimum, y el país, por eso, al borde del estado estacionario... La mera prolongación del presente aumento de capital, si no se presentan circunstancias que contraríen sus efectos, bastaría en pocos años para reducir esos beneficios al mínimum." No obstante cuando esto se publicó (1848), la fuerza contraria —la ola de desarrollo producida por el ferrocarril— ya había aparecido

[20] El suizo Simonde de Sismonde y el conservador Malthus, hombre de mentalidad campesina, fueron los primeros en tratar de estos temas antes de 1825. Los nuevos socialistas hicieron de sus teorías sobre la crisis una clave de su crítica del capitalismo.

[21] Por el radical John Wade: History of the Middle and Working Classes; el banquero lord Overstone, Reflections Suggested by the Perusal of Mr. J. Horsiey Palmer's Pamphlet on the Causes and Consequences of the Pressure on the Money Market, 1837; el veterano Anti-Corn Law J. Wilson: Fluctuations of Currency, Commerce and Manufacture: Referable to the Corn Laws, 1840, en Francia, por A. Blanqui (hermano del famoso revolucionario), en 1837, y M. Briaune, en 1840. Y sin duda, por muchos más.

[22] E. Baines estimaba en 1835 el jornal medio de los obreros de los telares mecánicos en diez chelines semanalescon dos semanas de vacaciones sin Jornal al año—, y el de los obreros de telares a mano, en siete chelines.

[23] Baines: op.cit. pág. 441; A. Ure y P.L.Simmonds; The Cotton Manufacture of Great Britain, edición de 1861, pág 390 y sigs.

[24] Geo. White: A Treatise on Weaving, Glasgow, 1846.

[25] M. Blaug: The Productivity of Capital in the Lancashire Cotton Industry during the Nineteenth Century, "Economic History Review", abril de 1961.

[26] Thomas EIlison: The Cotton Trade of Great Britain, Londres, 1886, pág. 61. 30. Baines: op. cit., pág. 356.

[27] Baines, op. Cit. pág. 356

[28] Baines, op. Cit. pág. 489

[29] Ure y Simmonds: op. cit., vol. HI, págs., 317 y sigs.