domingo, 2 de octubre de 2011

LIBERALISMO DESDE NAHUM


LIBERALISMO EN EL SIGLO XIX

El liberalismo es una de las corrientes ideológicas típicas del siglo XIX. Es un producto de la Ilustración y de la Revolución Francesa en sus inicios, cuando la burguesía la dirigió; y es por lo tanto la bandera política de la burguesía francesa y europea en su doble oposición a la monarquía absoluta y a la democracia jacobina. Frente a los principios absolutistas de la autoridad y la jerarquía, levantó las ideas, hijas de la revolución, de la libertad y de la igualdad.
Pero, si bien más tarde y en algunos países como Inglaterra y Francia evolucionó hacia una posición democrática, esencialmente no lo es. Como ideología típica de la burguesía industrial y comercial de la Europa que recién se industrializaba, temía a las masas, temía al pueblo al que creyó ver en el poder, dirigido por los jacobinos, durante el Régimen del Terror en los años 1793 – 1794.
Para eludir ambos peligros (el de la monarquía absoluta y el del gobierno democrático) y para asegurarse el papel político predominante que aspiró a desempeñar basándose en su hegemonía económica sobre la nación, la burguesía liberal vio como régimen político ideal la monarquía constitucional basada en el sufragio censitario. Como lo expresaba uno de los típicos representantes de la época, Casimiro Périer:
“Si no hay monarquía, el régimen deriva hacia la democracia, y entonces la burguesía no es más la dueña. Sin embargo, es necesario que ella lo sea, por razones de principio, y porque ella es la más capaz”.
Esta ideología liberal, que puso el acento en las ideas de la libertad y de los derechos naturales, es aplicada a los más variados campos de la actividad humana. Hay, así, un liberalismo político, un liberalismo económico, social, religioso, etc. Los dos primeros fueron los que alcanzaron mayor desarrollo doctrinario y los que más influyeron en las corrientes de ideas del siglo XIX.
Uno de los principales objetivos de los liberales era el de salvaguardar los derechos individuales; reclamaban el respeto de la libertad de expresión, la de prensa, de reunión y de asociación, es decir, fundamentalmente, los derechos políticos del hombre. Para conseguir esto, no había otro camino que limitar la autoridad del soberano y del Estado. Y para obtener ambas cosas, la vigencia de los derechos ciudadanos y la limitación del poder estatal, era indispensable una Constitución.
Ella, según los liberales, sería la garantía de la aplicación de aquellos derechos y de la limitación de este poder.
El otro objetivo fundamental a que apuntaban era la participación de la burguesía en la administración del Estado y en la redacción de las leyes a través de asambleas legislativas. Este objetivo derivaba del convencimiento de que debía corresponderle a la burguesía un rol, principal en la vida política del país, acorde con su papel predominante en la vida económica. No podemos olvidar que el siglo XIX es el siglo del ascenso de la burguesía, y que el liberalismo es su ideología.








Así, pues, los dos puntos principales de su programa, obtención de las libertades política y participación en la dirección del Estado, obtendrían satisfacción de lograrse la aprobación de una Constitución liberal. Por eso es que todos los movimientos liberales europeos de 1830 y 1848, la reclaman y centran en su obtención el triunfo de sus luchas.
Pero ya dijimos que en esta primera mitad del siglo XIX por lo menos, el liberalismo no fue una ideología democrática. La burguesía todavía estaba asustada por los que llamaba “excesos” de la Revolución Francesa, protagonizados por las masas populares, y veía con creciente desconfianza el aumento numérico de una clase social que surgía debido a la introducción del maquinismo en Europa: la clase obrera. Por lo tanto, si bien la burguesía liberal pedía una Constitución, no pedía el sufragio universal, y era sobre esto y no sobre aquélla en que habría de basarse la democracia política.
Había liberales monárquico – constitucionales y monárquico-parlamentarios y ambos sectores eran partidarios de un régimen electoral censatario, es decir, basado en la riqueza (sólo aquellos que por poseer determinada cantidad de bienes pagan ciertos impuestos, pueden votar y participar en la vida política de la nación). De esta forma con esta ideología típica de la burguesía se aseguraban la participación exclusiva en la política del Estado.
Más adelante, sin embargo, en la segunda mitad del siglo especialmente, y contra los deseos de la burguesía, el liberalismo irá evolucionando lentamente hacia la democracia, sobre todo en Inglaterra y Francia. Y ello ocurrirá porque tanto las masas populares como el Estado empiezan a apropiarse, y a aplicar, aquellos puntos del programa liberal que reclamaban los derechos políticos para todos los ciudadanos.
Hacia la democracia política
La Segunda Revolución Industrial, que se produce en la última mitad del siglo, provocó grandes cambios en las sociedades europeas occidentales. Aumento de la población; crecimiento de las ciudades; multiplicación de los problemas urbanos tales como alojamiento, transporte, energía; nacimiento de los sindicatos obreros; predominio de la industria en la vida económica del país e importancia creciente de sus protagonistas, obreros e industriales; extensión de las clases medias por la difusión de nuevas técnicas y oficios, tales fueron algunos de los nuevos elementos que modificaron la vida de la sociedad y la posición tradicional del Estado frente a ella.
Las acuciantes reclamaciones de los sectores obreros para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, la necesidad que sentía el país de que la industria, ahora convertida en el principal sector de la economía, no detuviera su marcha, determinaron una variación del tradicional enfoque liberal acerca de las funciones del estado.
Ganada así por preocupaciones sociales, y decidida a defender la estructura social que la beneficiaba, la clase gobernante, fundamentalmente la burguesía, inició una serie de concesiones en el plano político y jurídico que, al mismo tiempo que aplacaban las reivindicaciones más urgentes, le permitían mantener el control del Estado.
Se produce lentamente, incluso por sus antiguos defensores, un abandono de la tradicional concepción liberal del estado “juez y gendarme”. En el último cuarto de siglo el Estado se vio impulsado necesariamente a preocuparse de la suerte de las clases menos favorecidas.
El Estado comenzó a practicar lo que se llamó “fines secundarios” en tres sectores principalmente: asistencia médica, servicios públicos y enseñanza. Pero la complejidad creciente de la sociedad lo embarcó más tarde en actividades comerciales, industriales, de transporte, etc. Hasta configurar la imagen actual del Estado contemporáneo (por Ej. Democracia política).
Los liberales se democratizaron, algunos por temor, y otros por el maduro convencimiento de que ya, sin el apoyo de los más amplios sectores de la sociedad, no era posible gobernar.
Las vías para ese proceso de democratización política fueron disímiles según los distintos países. Pero, en general, podemos señalar las siguientes como las de mayor importancia: implantación del sufragio universal, difusión del sistema parlamentario[1] , extensión de la enseñanza, etc.
El progreso de la industrialización, el afianzamiento y organización de la clase obrera, la complejidad de las urbes modernas, la mayor sensibilidad social, el ascenso de las masas, son otros tantos factores que explican la extensión de la democracia política en la segunda mitad del siglo XIX.
EL LIBERALISMO ECONÓMICO
El liberalismo económico es uno de los aspectos más importantes de la doctrina liberal, a tal punto que casi se constituyó en una teoría independiente, especialmente volcada al estudio de los fenómenos económicos.
Reconoce sus antecedentes principales en la obra del economista escocés Adam Smith y de la escuela fisiocrática francesa, ambas del siglo XVIII. La fisiocracia sostenía que el fenómeno económico era un fenómeno natural y por lo tanto las leyes naturales de la economía debían desenvolverse libremente, sin la mínima intervención del Estado. Acuñó la famosa frase “laissez faire, laissez passer”, que resumía su posición favorable a la más amplia iniciativa individual en el campo, sin trabas impositivas o legales que estorbaran la actividad en ese terreno.
Coincidiendo con esas premisas y ampliándolas, Adam Smith postulaba la libre iniciativa individual impulsada por el afán de lucro, la libre competencia, que regularía la producción y los precios, y el libre juego del mercado, que se desarrollaría plenamente siempre que se respetaran esas leyes naturales. Pone el acento especial (al igual que los fisiócratas) en la libertad de la actividad económica del individuo y de la economía en general.
“El liberalismo político y el económico son dos caras de una misma doctrina”.
Los economistas liberales sostenían que una sociedad económica estaba integrada por productores individuales que aportaban sus productos y los intercambiaban con otros productores, compraban lo más barato posible y vendían al mejor precio que pudieran obtener. Era la teoría del intercambio de bienes en un mercado libremente competitivo en donde los precios se fijaban por la propia situación del mercado, sin ninguna intervención exterior. Cuando había demanda de un artículo, y por lo tanto, los precios eran altos, la producción aumentaba porque, guiados por su afán de lucro, los productores aprovechaban ese momento de auge. Esto llevaba a un exceso de producción, o sea de oferta, lo que hacía descender el precio del artículo ante su abundancia; los productores, entonces, disminuían su fabricación hasta que su relativa escasez obligaba a los consumidores a pagar más para conseguirlo. Nuevo aumento de los precios, y nuevo incremento de la producción. Esas serían las “leyes naturales” de un mecanismo perfecto que avanzaba, se frenaba y regulaba solo, automáticamente, “naturalmente”. Esta libertad en la economía producía una “armonía natural de intereses” y si el estado interviniese estaría alterando dicha armonía. Por eso es que el Estado debía limitarse solamente al orden interno y a la seguridad exterior, este es el concepto típico del liberalismo económico (Estado juez y gendarme). El Estado debía mantener las leyes, internas, castigar a quién las viole, proteger las fronteras, pero no intervenir en absoluto en la vida privada de los ciudadanos, uno de cuyos aspectos es la actividad económica.
La doctrina del liberalismo económico se basaba en los siguientes principios:
· Ley natural. El liberalismo entiende que la economía está regida por leyes naturales, y en la medida en que esa economía se desarrolle libremente, sin trabas, será una economía sana, natural, creadora de riquezas para todos los ciudadanos.
· “Laissez faire, laissez passer. Retoman la divisa de la fisiocracia, propugnando la abolición de impuestos, reglamentaciones, monopolios y todo otro obstáculo jurídico o fiscal que entorpezca aquel desarrollo.
· Anti – intervencionismo. De lo anterior se deduce claramente que son enemigos de la intervención del Estado en la economía, asignándole solamente el papel de guardián del orden.
· Libre empresa. Son partidarios de la más completa libertad individual en el campo económico, creyendo que cada productor es el que mejor sabe cuánto le conviene producir y a qué precio le conviene vender. Su afán de lucro, su deseo de ganar en los negocios, lo llevarían a la prosperidad, y junto con él se enriquecería toda la sociedad, porque el progreso colectivo está hecho de los progresos individuales.
· Libre comercio. Aplicando estas ideas al comercio exterior, reclaman la abolición de las aduanas y la entrada y salida libre de trabas de todas las mercaderías. Sus principales defensores son los liberales ingleses quienes, basados en la superioridad técnica que les daba el hecho de que Inglaterra había sido la cuna de la Revolución Industrial, estaban en condiciones de inundar sin competencia todos los mercados europeos con sus productos manufacturados.
· Libre contrato. Tanto el patrono como el obrero debían ponerse de acuerdo libremente sobre el contrato de trabajo y salario. Partiendo del concepto de que todos los hombres son iguales, los liberales consideraban que nadie más que esas dos personas debían intervenir en esa transacción, y menos que nadie el Estado. Pero si bien es cierto que obrero y patrono eran dos hombres libres, no eran dos hombres iguales. El patrono tenía como respaldo su capital (dinero, fábricas, máquinas), mientras que lo único que tenía el obrero para vivir era la cesión de su fuerza de trabajo mediante un salario. Salario que el patrón ofrecía y que él no podía negarse a aceptar, porque detrás suyo había cientos de hombres en situaciones similares de miseria, necesitados de trabajar y esperando una oportunidad para hacerlo. No olvidemos que en la época existía abundancia de mano de obra como consecuencia del éxodo rural.
· Libre asociación. Los liberales exigían una completa libertad para que los comerciantes, industriales y empresarios pudieran asociarse en entidades defensoras de sus intereses económicos. En cambio se negaban a aceptar cualquier tipo de asociación obrera aduciendo que entorpecería la continuidad de la producción, y podría dar lugar a conflictos sociales y huelgas. En este punto, abandonando su clásico anti-intervencionismo llegaron a pedir la acción del estado para prohibir su existencia.
En resumen, el liberalismo económico fue una teoría acorde con los intereses sociales y económicos de la burguesía. Su aplicación le aseguraba una clara hegemonía económica, como el liberalismo político se la proporcionaba en el plano del poder público.
En el siglo XIX la burguesía pudo a la vez vencer el absolutismo político y encaramarse en el poder estatal, y contener el revolucionarismo del proletariado y conservar su situación económica de predominio.

[1] Con el sufragio universal, el parlamento era elegido por el pueblo, y los contemporáneos vieron en esa institución una garantía efectiva de la democracia política.

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